CAMINANDO CON SAN ROMERO | Parte III: Fe

En la religión cristiana existen tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. La fe consiste en creer en la palabra de Dios y en la doctrina de la Iglesia. Se deriva de la palabra latín fides y se resume en tener confianza y seguridad de lo que no se puede ver. Monseñor Romero fue un hombre que creyó en la palabra universal de la Biblia y su fe en la vida eterna se manifestaba en sus homilías.

Muchos peregrinos despertaron muy temprano para comenzar su camino hacia Ciudad Barrios.

Fue un hombre entregado a proclamar la palabra de Dios, y su peregrinar en la tierra se basó en predicar con el ejemplo la obra y las enseñanzas de Jesús de Nazaret.​ En su homilía del 2 de marzo de 1980 dijo: «Si no fuera por esta oración y esta reflexión con que trato de mantenerme unido con Dios, no sería yo más que lo que dice San Pablo: una lata que suena”.

El cardenal Rosa Chávez conversa con un grupo de jóvenes que se mostraban interesados en el cicloturismo.

En Hebreos 11, 1  encontramos una definición profunda de la fe: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve». La fe de Monseñor Romero tenía un solo objetivo y, en lugar de ser pasiva, su fe lo condujo a tener una vida activa alineada con los ideales y ejemplo de vida de Jesús.

Dios nos ha dado un regalo supremo de fe, el cual Jesús nos vino a entregar al venir a la Tierra a darnos la salvación eterna, y lo que vino a hacer, lo hizo en nombre del Padre. «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo Unigénito (único) para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna».

Aunque en el rótulo al fondo dice 10 km hasta Ciudad Barrios, en realidad la distancia es mucho mayor, exactamente 16.7 km.

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Por tanto, la resurrección después de la muerte es ese regalo supremo que Dios nos promete a todos los que creemos en él y su palabra. Monseñor Romero lo sabía: «Mi voz desaparecerá, pero mi palabra, que es Cristo, quedará en los corazones que lo hayan querido acoger». En marzo de 1980, en una de sus homilías, Monseñor Romero dijo: «Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño».

El mercado de Chapeltique es un lugar muy concurrido los viernes, sábados y domingos.

El tercer día amaneció muy temprano. Todo mundo se preparaba para iniciar la última etapa de la peregrinación. La tranquilidad que caracteriza a Chapeltique era rota por cientos de peregrinos caminando de un lado a otro, y el día típico de mercado en el pueblo era inusual. En el parque central los parlantes tocaban música alusiva a Monseñor Romero y frente a la iglesia algunos peregrinos hacían ejercicios de estiramiento para completar los últimos 15 km hasta la cuna del profeta.

El calentamiento siempre es importante antes de cualquier actividad física.
Los guineos sambos son diferentes a los majonchos. Estos son deliciosos. Su textura y dulzura es diferente.
Esta peregrinación fue denominada «Caminando con Romero para construir la paz», una intención hecha con mucha fe por todos los que asistieron.

Todos los viernes, sábados y domingos son días de mercado en Chapeltique y los vendedores vienen desde lejos a ofrecer una gran variedad de productos. Desde coloridas y variadas frutas y verduras hasta mariscos de los más diversos traídos desde el mar a más de 100 km del pueblo. Aquí se encuentra de todo.

Para Manuel Escalante y su esposa es segunda vez que hacen la peregrinación. Siempre con entusiasmo y fe en el corazón.

Afuera del mercado nos encontramos a Manuel Escalante, a quien conocimos el año pasado en la primera peregrinación. Este año le ha ido mucho mejor: «Bien, por la gracia de Dios. Algo amolado, pero contento de que andamos aquí en la peregrinación por segunda vez», asegura. Junto a él, su esposa. «Como decía nuestro cardenal, esto ya es una tradición. Aquí vamos a estar todos los años hasta que nos toque entregar cuentas», comenta sonriente.

En Chapeltique todas las personas son amables y simpáticas, como este amigo que nos llegó a saludar para la foto.

Un carro de sonido anuncia que todos deben estar listos para salir. Es la hora. A diferencia del año pasado, esperaremos a que todos los peregrinos salgan para comenzar a pedalear junto a ellos, algo complicado porque es difícil desplazarse en medio de los cientos de personas con la bicicleta con peso. Bordeando una calles llegamos hasta la salida del pueblo, donde nos encontramos con Kevin, nuestro compañero ciclista. Desde ahí emprendimos la pedaleada de los últimos 15 km hasta Ciudad Barrios.

Kevin, nuestro compañero cicloturista durante los dos últimos días de la peregrinación, comienza la subida hacia Ciudad Barrios junto a los peregrinos.

El día está muy soleado y eso puede ser algo complicado debido a que las condiciones climáticas son diferentes esta vez: una sequía de dos meses tiene en zozobra a los agricultores de la zona. No llueve y solo ven pasar las tormentas. A eso de las 9 de la mañana la temperatura alcanza los 32 ℃ en una zona en la que las temperaturas rondan los 28℃ a esa misma hora del día.

Cargar una mochila por tres días es duro, por los que muchos inventaron formas prácticas para llevarlas durante el último tramo.

Al recordar nuestro recorrido del año pasado, una de las peculiaridades de esta región era la gran cantidad de riachuelos que se veían y que le daban a esta etapa una cualidad especial con el sonido de cascadas y agua rompiendo a medida íbamos subiendo. Este año no fue así, los riachuelos están secos y esto nos ponía tristes, ya que pudimos evidenciar que el clima en nuestro país y el mundo está cambiando para mal.

Con Kevin emprendimos el ascenso bajo un fuerte sol que, a pesar de que era temprano en la mañana, quemaba fuerte.
Esta es la segunda peregrinación que realiza descalza María Braulia López, de 77 años. Este año sufrió una herida en su pie, pero eso no la detuvo para continuar en la última etapa.

Los cerros que eran verdes, llenos de cultivos de maíz; ahora están secos y demacrados por el ardiente sol. Más parece verano y no invierno. En nuestro recorrido escuchábamos a los peregrinos felices de continuar su caminar. Al fondo ya se comienza a ver el valle y muy al fondo, la línea costera, imperceptible por la bruma.

El cielo está despejado, es invierno y no hay nubes en el horizonte. Ya se comienza a sentir el calor del asfalto y se siente la fuerza del sol en la piel.

Desde la comunidad de Cristo Rey de Soyapango este peregrino viene caminando, esparciendo la palabra de Dios.
En el camino, Hugo, Samuel y Adolfo, de San Miguel, nos regalaron un mango manzano. No hacía falta llevar mucha comida.

El paso de muchos peregrinos es pausado. A unos 5 km de la cuesta nos encontramos a Fátima Esmeralda Gómez, de 21 años, ella también realizó la peregrinación el año pasado. Al preguntarle en qué cambió su vida la peregrinación anterior, nos dijo: «En mucho. Creo que como jóvenes necesitamos impulsar a que otros caminen, porque es lo que nadie hace ahora. No sé si han observado, pero hay muchas personas mayores caminando y jóvenes hay pocos».

Fátima Esmeralda, de 21 años, es una jóven que hace por segunda vez la peregrinación. Los cambios que hizo la primera peregrinación la motivaron a volver.

A las 10 a. m. la temperatura alcanzaba 37 ℃ y se sentía el calor pesado y seco. La falta de agua es notable en todo el trayecto. «No ha llovido. Aquí solo vemos pasar la nubes, pero no llueve», asegura Eliseo Marroquín, un residente de la zona. Pero no debemos perder la fe de que las cosas van a mejorar, que el próximo día lloverá o que vamos a cambiar nuestros hábitos y vamos a tratar de dañar menos el medio ambiente.

Hamilton Rivera, ecologista y peregrino. Recogía basura y bolsas plásticas en el camino.

En medio de los peregrinos vimos a Hamilton Rivera recogiendo basura en una bolsa,  sobre todo plástico. «Bueno, todo está limpio, lo encontramos limpio y vamos dejando huellas por donde pasamos, así que nosotros la recogemos», asegura Hamilton. Es una gran labor la que hace, ya que muchos ensuciamos pero pocos son los que recogen su propia basura y muchos menos los que recogen la basura que otros dejan. Si muchos fuéramos como él, nuestro planeta estaría en otras condiciones. «Espero que otros se incorporen», finaliza Hamilton, mientras continúa caminando y recogiendo la basura de los demás.

Un socorrista ayuda a un peregrino que se paró en un hormiguero. La valiosa colaboración de los cuerpos de socorro y policía fue importante en la peregrinación.

A un kilómetro, un paramédico ayuda a un peregrino que fue picado por unas hormigas negras. La misma especie de hormigas que nos acompañó en el almuerzo cerca de Mercedes Umaña un día antes… Sí, aquellas que no esperaron a que empezáramos a comer antes de tratar de devorar nuestros sándwiches.

Esta imagen de la cascada conocida como La Chorrera es un comparativo entre su caudal durante la primera peregrinación, en el 2017, y este año. Es notable la disminución del agua debido a la sequía.

A mitad de la cuesta llegamos a la cascada La Chorrera, un punto de atracción de esta interminable cuesta. Ahí, bajo la sombra de unos arbustos, estaba Elenilson, residente de Chapeltique, quien nos advierte sobre un nido de hormigas negras cerca de nuestros pies.

Además nos comenta: «Aquí le llaman a esta cascada La Chorrera, se supone porque es un chorro grande de agua, pero ahora con la sequía que lleva ya dos meses, bien le podríamos llamar ‘el chorrito’. Aquí en oriente ha sido el mayor afectado de la sequía, casi dos meses sin lluvia», afirma Elenilson.

La sequía también se puede observar en las plantaciones de maíz. Las mazorcas están más pequeñas y esta era ya temporada de cosecha.

La sequía es evidente y no solamente en el sofocante calor. En un maizal ubicado a la orilla de la calle pudimos ver que las mazorcas se han quedado pequeñas en unas plantas ya desarrolladas. Esta plantación está perdida. Ya sería época de estar cosechando el maíz.

En el cantón Cerro de Arena las comunidades habían preparado un manjar: tortillas con cuajada. Una delicia.

La cima estaba cerca y en todo el camino las comunidades ofrecían agua y comida. Ya con hambre y con el combustible del desayuno casi por terminarse, llegué al cantón Cerro de Arena. Nadie supo explicarme el porqué de ese peculiar nombre. En fin, ahí unas mujeres, con sonrisas en sus rostros, entregaban tortillas con cuajada fresca, una delicia. Me comí dos y ya con eso podría continuar los 5 km que hacían falta.

Llegando a la cima del cerro, donde la temperatura es templada, el calor continuaba fuerte y sofocante debido a la sequía.

A pesar de la altura, ya llegando a los 190 m.s.n.m., solamente descendió un grado, cuando la temperatura usualmente se mantiene entre los 28 ℃ a 30 ℃ en esta época del año. La entrada a Ciudad Barrios es señalizada por un arco que tiene un busto de Monseñor Romero y el nombre de la ciudad escrito en letras a los costados. Ahí la banda estudiantil Nombre de Dios, de Ciudad Barrios, rompía el silencio de la carretera con su música.

Peregrinos celebran su llegada a Ciudad Barrios.
La banda Nombre de Cristo, de Ciudad Barrios, daba la bienvenida a los peregrinos.

Llegamos al pueblo y el cielo se comenzaba a nublar y los peregrinos descansaban donde podían: en un campo, a la orilla de la calle, a la orilla de la carretera y los parques.

El pueblo está como a 2 km. Ya están cerca. Kevin, quizá aburrido de mi paso lento por la carga en mi bicicleta, se había adelantado, disfrutando de la subida. Lo encontré en la entrada del pueblo con una camisa limpia del equipo Águila y con una gran sonrisa en su rostro.

Un campo era el lugar ideal para descansar luego de una larga caminata de 15 km.
En la entrada de Ciudad Barrios los peregrinos iban celebrando la llegada.

Ahí conversamos sobre su recorrido de dos días y de 81 km desde Río Frío hasta Ciudad Barrios. «Me gustó mucho más hacerla en bicicleta que a pie.  Nos pasó de todo. Ayer una asoleada terrible y por la tarde casi media hora de lluvia que nos tocó aguantar. Estubo buenísima, muy refrescante, con el calor que hacía. Y llegar ahora acá a la meta es una experiencia inolvidable, y superchivo la verdad. Lo volvería a hacer mil veces esto así –peregrinación– en bicicleta», asegura Kevin.

Kevin Sermeño, en Ciudad Barrios. Su primera experiencia en cicloturismo lo ha dejado muy enganchado con esta modalidad del ciclismo.

En cuanto a lo malo del viaje, Kevin duda un poco, como buscando lo malo del recorrido. «Bueno, tal vez quizá humanamente podemos decir que lo malo puede ser la lluvia, tal vez no logramos comer como nosotros quisiéramos o dormir en un lugar cómodos, porque nos tocó dormir en el suelo. Pero no es malo, es parte de ser peregrino… es parte de la peregrinación», añade Kevin. «Gracias a KmCero503  y Aurelio. Quiero decir que agradezco mucho el almuerzo que compartió ayer. Cuando llovió compartió una de sus capas. Darle las gracias y darle las gracias a KmCero503», finaliza Kevin.

Panorámica de la misa realizada en Ciudad Barrios.

La entrada al pueblo fue como la vez anterior: cansado y agradecido con Dios de poder terminar este tour. Un recorrido de más de 157 km que nos mostró la misericordia, la esperanza y la fe, no solo de los que caminaron, sino de todos aquellos que ayudaron a que los peregrinos continuaran su camino. Aquellos que hicieron un gran esfuerzo para ayudar, los que daban lo poco que tenían, los que dieron mucho o los que solamente saludaban al paso de los peregrinos. Al fondo se escuchan la voces de los niños del coro cantando canciones antes del inicio de la misa. El día ha concluido.

Las voces angelicales de los niños del coro nos despidieron de Ciudad Barrios, invitándonos a continuar caminando con Monseñor Romero.

 

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