LA CASITA DEL ÁRBOL

Cuando se corta un árbol, se corta la vida. Cuando a un árbol se le cuida y acompaña, se crea la vida. Este es el caso de Mario Herbert, un salvadoreño que ha construido una casita en la copa de un árbol. Ubicada a 7 metros de altura, crea una sensación de paz y tranquilidad. Los árboles, para las culturas antiguas, eran parte esencial de sus vidas por ser su primer cobijo, proveedores de sombra fresca, alimento, refugio de aves y animales silvestres.  Las antiguas civilizaciones mostraban respeto y veneración ante su fortaleza. Ellos se admiraban de ver cómo se erguían hacia los cielos, manteniéndose firmes con sus raíces en la tierra y adaptándose a los ciclos de los tiempos.  Los árboles eran para ellos la conexión entre la tierra y el cielo.

Eran un símbolo de verticalidad, de la vida en completa evolución, de enfrentarse a los problemas, a la dureza y aprender a sobrevivir. Los pueblos originarios sentían que en cada hombre o mujer existe en su interior un árbol que, a pesar de sus problemas o a lo que se enfrenten, los impulsa a crecer de la mejor manera. El escuchar a los árboles les permitía a ellos dilucidar su destino y predecir de alguna forma el futuro. Los árboles eran para ellos los protectores de todo lo material y espiritual.

Hombres modernos

En la actualidad el misticismo y la sensibilidad espiritual para comprender que los árboles son parte de la tierra, al igual que nosotros, que merecen respeto; se han perdido con la llegada del desarrollo humano. Con el crecimiento poblacional, los constructores inescrupulosos y la avaricia y voracidad humana hacen que muchos árboles sean masacrados a diario en honor de ese supuesto «desarrollo», y no somos capaces que ese desarrollo es un retroceso para la vida.

Cuando un ser humano en lugar de destruir un árbol lo hace parte de su vida, está creando una relación que perdura por siempre. Este es el caso de Mario Herberth, que en vez de pensar en destruir un árbol aprovechó su cobijo para crear algo singular: una casita. Ubicada en la ciudad de San Salvador, esta casita del árbol tiene algo singular, y es que cuando uno está en su interior se siente una paz y tranquilidad muy especial. La pequeña choza de 3 m² es cómoda y espaciosa, y aunque Mario no vive todo el tiempo en su interior, la utiliza como un lugar para relajarse él y su familia. Ubicada a 7 metros de altura sobre la copa de un árbol de mango es, sin duda, un lugar singular; incluso al estar ahí se nos olvida de que todo alrededor es cemento y asfalto.


«Un día se me ocurrió hacer una casa del árbol y ese sueño no me lo podía sacar de la cabeza. Veía el árbol por las mañanas antes de ir a trabajar e imaginaba la casa ya construida. Parecía un sueño inalcanzable, pero lo puede lograr. Con perseverancia, dedicación y mucho tiempo logramos lo que queremos», comenta Mario sobre cómo surgió la idea de hacerla.  El proceso de construcción fue arduo, tomando en cuenta que, aunque Mario es maestro carpintero, hacer una casa sobre un árbol no era tarea fácil, sobre todo, si solo es una persona la que cree en este sueño.  «Me tardé casi un año en hacer esta casa. Lo hacía en el tiempo que me quedaba después de mi trabajo. Desde las 5 de la tarde hasta que ya no se veía, hasta que era de noche», comenta.

La casa no solamente tiene el mérito de estar sobre la copa de un árbol, sino que además ha sido fabricada totalmente de materiales reciclados. «Toda la madera es sacada de tarimas. Reciclar, era la misión. Tarimas y tarimas y más tarimas.  Yo era como una hormiguita: traía una, luego conseguía dos, tres. El señor del negocio donde las pasaba a comprar me dejaba escogerlas. Hay que saberla escoger, no es de decir solo ‘esta me llevo’. No. Porque hay unas que tienen termitas y esas se acabarían la casa. Entonces, con perseverancia, despacito, se puede lograr. Cuando se tiene el afán en la mente no hay quien te detenga», asegura. En total utilizó aproximadamente 35 tarimas para hacer toda la casa de un espacio de 3.10 m² y 1.90 m de altura. Posee cuatro ventanas, una escalera y, mucha privacidad.

Muchos factores ayudaron a Mario a concretar su sueño, e incluso el árbol de mango fue ideal para crear este lugar acogedor. «Esta es una mezcla de árbol de mango. Mi abuela sembró un arbolito de mango hace como 15 años y este traía dos semillas. El que ves al lado norte tiene un tipo de mango, y el que ves al lado sur tiene otro tipo de mango. Ellos crecieron juntos desde pequeños y han formado uno solo.  Sus ramas formaron cuatro pilares, lo que permitió colocar el anclaje para poner la base de la casa. Por eso la casa se siente tan estable. Por eso el peso está estabilizado», afirma Mario con gran entusiasmo.

Además de tener un lugar donde dormir y pasar sus ratos de ocio; el árbol cuando está cosechando sus frutos le ofrece comida. ¨Solo se saca la mano por las ventanas y se cortan los jugosos mangos. Esta es otra de las bondades de tener una casa en un árbol¨, añade. Cualquier persona a la que se le ocurre una idea de este tipo tendrá una resistencia de parte de su familia o amigos, este no fue le caso de Mario, a quien su familia lo apoyó y lo acompañó en su sueño.

Al finalizar la casa y ver lo creado, todos quedaron maravillados, ya que no es usual el estar dentro de una casa a 7 metros de altura. Todo se siente diferente, es como estar en un nido. «Era algo no esperado la acogida que ha alcanzado este pedacito de espacio arriba de la copa de un árbol y me siento agradecido y me gusta haberlo logrado. Esta es una casa multifuncional: como nos podemos tomar un cafecito con pan, podemos poner una hamaquita, podemos poner un colchón o ponemos la sillita y vemos la televisión; hay muchas cosas que se pueden hacer aquí arriba», comenta Mario.
Todos se preguntan si Mario vive en la casa. «Yo sí vivo acá, aunque en invierno, con la lluvia y los rayos, me han dicho mis familiares que mejor busque seguridad. Pero ya pasando la lluvia regreso acá. Tengo el proyecto de hacer un pararrayos, eso solo es de hacerlo y montarlo. Pero se siente bien dormir aquí», afirma.
Cuando uno sube al árbol se siente algo diferente, como si el árbol transmite cierta energía. «Sí, es mi espacio, es mi mundo. Sí se siente una paz aquí. Es como un nido. A veces que vienen aves aquí al árbol me pongo a verlas y ellas se extrañan. Y no se sabe quién ve a quién. Pero me imagino que el ave se extraña y que deben de decir ‘y vos, qué haces aquí arriba si solo nosotras podemos estar en los árboles’. A veces entramos en ese dilema: quién invade a quien», comenta entre risas.

Todo proyecto de hacer una casa en tierra firme representa una serie de problemas, ya no digamos a 7 metros de altura. Mario tuvo que enfrentar dificultades, desde subir los materiales hasta permanecer varias horas clavando las tablas en la cima. Pero su principal problema fueron las gradas. «Mi debacle fueron las gradas. Andaba mil cosas en la cabeza, ya tenía la plataforma y siempre subía al estilo ‘monkey’ por esta rama lateral del árbol. Yo ya sabía cómo, pero me di cuenta de que si no hacía las gradas, solo lo iba a disfrutar yo y nadie iba a tener la oportunidad de conocer este mundo, este fascinante espacio. Entonces, en la otra esquina hice un espacio y puse una escalera colgante. Pero me di cuenta de que personas con dificultad o niños no iban a poder subir acá», añade Mario.

Lleno de recuerdos

El agua del café ya estaba hirviendo en nuestra cocina de alcohol y era momento de tomar el café de la tarde con un pan recién hecho en la cocina de KmCero503. En una esquina de la casa Mario encendió la televisión y puso un CD con música. Como decíamos antes, la casa es cómoda y funcional. Cuenta con energía eléctrica y esto le permite independencia para poder permanecer más tiempo conversando con los pájaros. Servimos el café y un té y continuamos hablando de muchas cosas.
La casita está llena de antigüedades, recuerdos, unas 50 botellas de cerveza que Mario colecciona por afición. «Yo no bebo», comenta. En el fondo suena «Stars on 45» -llamado también «Starsound» o «Las Estrellas del 45». El cual fue un proyecto de música disco y pop de los Países Bajos que tuvo gran aceptación en Reino Unido, Europa, EUA y en nuestro país a mediados de la década de 1980-.  A lo lejos se escucha el sonido de una ambulancia y los truenos de la lluvia que se aproxima. «Creo que es momento de irnos antes de que llueva», le comento. ¨Sin prisas terminemos el postre¨, me responde Mario.

Hace un tiempo en nuestro Tour por El Lejano Este encontramos otra casa muy peculiar a la que su propietaria le ha llamado Casita de Botellas o la Casita Encantada. Esa casa fue hecha por María Bersabé Ponce utilizando solo botellas de refresco y varas de carrizo. Al igual que la Casita del Arbol esta transmite una energía especial. Era como que si esta acción creativa de sus dueños hace que tengan una energía o, mejor dicho, un mensaje especial. Por eso, ya terminando nuestra visita a la Casita del Árbol, le hice una última pregunta a nuestro anfitrión: todas las personas que hacen una obra como esta o la Casita de Botellas transmiten en su creación mucha de su energía creativa, ¿qué ha puesto Mario en su Casita del Árbol?

«La verdad es quizás el sueño de mi imaginación que siempre había tenido de crear un lugar especial. Mi objetivo era mostrar a las personas que de las cosas sencillas se pueden hacer cosas grandes, y prueba de ello es que muchas personas me han  solicitado este espacio para hacer sus reuniones o solo venir a conocer. Para mí eso es una gran felicidad. Quizás a ellos les llena más de felicidad que a mí porque para ellos no es común venir a un lugar así», concluye Mario.

Al despedirnos y bajar las gradas vemos hacia arriba y podemos observar la casita en la copa del árbol de mango, y la vemos como cuando vemos el nido de un pajarito, allá arriba, inalcanzable, seguro y frágil. Y nos preguntamos: ¿cómo se sentirán los pájaros en su nido?

 

 

 

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