LEJANO ESTE | Parte II: El oasis

La segunda etapa de nuestro recorrido hacia el Lejano Este es de las más bonitas del viaje, ya que han sido varios kilómetros de descenso con buen clima y hermosos paisajes. La travesía continúa y aún nos queda mucho camino por recorrer a todo pedal.  Al llegar a Cuyultitán, la Paz, nos encontramos a dos artesanos confeccionando las estructuras de bambú para unos toritos pintos. Ellos me dijeron que eran para una celebración de una fiesta patronal y que los hacen de bambú para sean resistentes. Cuyultitán es un municipio del departamento de La Paz que limita al norte con San Francisco Chinameca y Olocuilta, al sur con San Juan Talpa, al este con Tapalhuaca y San Francisco Chinameca, y al oeste con Olocuilta. Es un lugar rodeado de árboles, a una altura de 345 msnm, lo que le da a este hermoso pueblo –ubicado a unos 30 kilómetros de la ciudad de San Salvador–, un clima fresco. Es un pueblo tranquilo, con gente amable y sonriente.
Continuamos nuestra ruta por la calle antigua hacia Zacatecoluca. Vale decir que es una ruta muy bonita… Bueno, no solo porque es de descenso, sino porque tiene muchos paisajes diversos, incluso después de pasar Cuyultitán llegamos a un túnel  corto de unos 50 metros de largo y 12 de alto que le puso el toque vistoso a esta etapa. Al salir del túnel nos encontramos una panorámica de la costa que nos anuncia que el próximo pueblo será Comalapa. Aquí, casi al nivel de la costa, el calor será el protagonista en todo este trayecto. A manera de curiosidad, en El Salvador existen dos pueblos con el nombre de Comalapa: uno ubicado en Chalatenango, y el que existe en el departamento de La Paz, que es un pueblo pequeño perteneciente al municipio de San Juan Talpa, y a pesar de su alta actividad comercial, todo el mundo lo conoce más porque en su jurisdicción está el Aeropuerto Internacional de El Salvador y la carretera que todos llamamos Autopista a Comalapa.

En El Jordán

Luego de pasar Comalapa vi a un grupo de hombres jóvenes trabajando bajo el sol del mediodía en una ladrillera. La temperatura alcanzaba los 40 ºC.  Eran alrededor de 10 personas y todos tenían una labor específica. Unos colaban tierra, otros la mezclaban con barro y agua, y otros elaboraban ladrillos. Era una labor sin parar y me sorprendió mucho la cantidad de ladrillos que tenían secando bajo el sol.

 La ladrillera se llama «El Jordán», en honor al río donde fue bautizado Jesucristo por Juan el Bautista. Los ladrillos, conocidos popularmente como ladrillos de obra, son elaborados a pura mano de lunes a domingo, solo descansan los sábados. La producción de ladrillos es un empleo de tiempo completo y de sol a sol.
Aunque el proceso es artesanal, cuenta con pasos complicados,  ya que antes de mezclar, la tierra blanca y el barro se deben de colar meticulosamente para quitar piedras y residuos. Luego todo se mezcla con agua pura para hacer el adobe, el cual se utiliza para elaborar a mano los bloques utilizando moldes de madera. Ya elaborados se dejan secando bajo el sol durante tres días; luego son colocados con mucho cuidado dentro del horno de leña, en donde se cocinarán durante dos días. El producto final es un tipo de ladrillo rojo que es muy utilizado en la construcción de viviendas en nuestro país.  ¿Cuántos ladrillos hacen estos trabajadores? En promedio, hacen unos 1,000 ladrillos diarios. En 15 días hacen 12,000 ladrillos y el horno se llena con 40,000 unidades. Para poder hacer la mayor cantidad de ladrillos aprovechan cada hora de luz del día. Por esta razón, es el verano la temporada en la cual más trabajan, a pesar del inclemente sol.

El llamado del Jiboa

Eran casi las 3 de la tarde y el sol no había tenido piedad en este último tramo. La temperatura todavía estaba a 40 °C y no habíamos almorzado. Ya viendo pollos asados volar, llegamos a  El Rosario, un pequeño pueblo de La Paz que posee bastante actividad comercial, pues ahí se encuentra un beneficio arrocero y se puede ver a muchos trabajadores tomando el autobús o viajando en sus bicicletas hacia sus casas. A unos 3 km de El Rosario, sobre el km 40 de la carretera antigua a Zacatecoluca, encontramos un rótulo que decía «Parque Acuático Manantiales de Jiboa».


Ya me había pasado unos metros, pero decidí regresarme a ver de qué se trataba. Por la hora, tuve la corazonada de que era un buen lugar para preguntar si se podía acampar y comer algo. Y así nos fuimos. Entramos por una calle de tierra que por un kilómetro nos dirige hacía la entrada principal, y bajo ese sol punzante encontramos un oasis. Como nos faltaban casi 20 km para llegar a Zacatecoluca, esta era una gran oportunidad para encontrar un buen lugar donde pasar la noche.
Con el calor quemándome la piel y el hambre mordiendome las tripas, llegar a Manantiales de Jiboa y que me dijeran que sí podría pasar ahí la noche fue una excelente noticia. El lugar es muy bonito, con modernas instalaciones;  tiene cuatro piscinas de aguas naturales con tobogán, piscinas con trampolín,  piscinas para niños, áreas completamente engramadas y arborizadas para el picnic, camping o  para el descanso,  juegos recreativos, canchas de futbolito rápido, área de restaurante, tiendas de souvenirs, canopy y estanque de peces, amplios parqueos y glorietas familiares. Las condiciones del lugar son excelentes, los baños limpios y seguridad las 24 horas. Con tanto que ver, lo único que me dieron  fue ganas de tomar un baño y luego ir a almorzar.

La cocina es excelente y a buen precio. Luego de comer dimos un paseo y pudimos contemplar el hermoso paisaje que rodea a este parque acuático. La vista del valle en esta zona del país es de un verde oscuro intenso y los cielos azules decorados con nubes que flotan como algodones, lo que da esa sensación de tranquilidad y frescura que tanto buscamos. Al fondo del paisaje, dominando el horizonte, se podía observar el peñón de Santiago Nonualco.

Lugar de mudos

Esta zona está llena de historia muy interesante. El pueblo más cercano en nuestra ruta es Santiago Nonualco, que es una antiquísima población precolombina fundada por tribus yaquis o pipiles hacia el siglo XI o XII de la Era Cristiana. La tribu de los nonualcos habitó en el departamento de La Paz y en la parte sur de San Vicente, entre los ríos Jiboa y Lempa, siendo sus habitantes iniciales guerreros. En idioma náhuat, «nonualco» significa “Lugar de mudos», pues proviene de “nonual” que significa mudo, y de “co”, sufijo de lugar.
Luego de la independencia de El Salvador en 1821, los indígenas pensaron que las cosas cambiarían para ellos luego de sobrevivir al yugo español, pero la voracidad de algunos europeos les despojó por la fuerza y de manera «legal» de las tierras  propiedad de las comunidades indígenas, a través de la ley de privatización de tierras baldías o realengos, promulgada el 27 de enero de 1825. Los indígenas estaban muy molestos con esta situación y ya no soportaban más. En 1832 iniciaron una sublevación de forma aislada en diferentes localidades de El Salvador, incluyendo Santiago, San Pedro y San Juan Nonualco, entre otras. 
Al norte de este valle se puede observar una formación pétrea que se llama cerro El Tacuazin, conocido popularmente como el peñón de Santiago Nonualco. Con una altura cercana a los 540 msnm, tiene relación con la sublevación indígena, ya que ahí se encuentra la cueva del Indio Aquino, que está ubicada a unos 10 km del centro de la ciudad de Santiago Nonualco, cerca del cantón Las Ánimas. Se dice que en ella el indio Anastasio Mártir Aquino tenía su cuartel general, y fue ahí donde se escondió de la Fuerza Armada de la época, que lo buscaba para darle muerte luego de iniciar una revuelta indígena para que les devolvieran las tierras usurpadas por los terratenientes. A pesar de su posición estratégica Aquino fue capturado y luego fusilado dando pie a muchas leyendas. Algunos pobladores del lugar comentan que la cueva tiene una salida secreta hacia el departamento de San Vicente, otros dicen que no hay ninguna linterna que alumbre dentro de ella y otros aseguran que dentro de la cueva se puede escuchar las voces los espíritus de los indígenas asesinados.

El campamento

Luego de tomar un baño, almorzar y recorrer este parque, era hora de montar nuestro campamento. En Manantiales de Jiboa existen muchos lugares para colocar la tienda, y todo para nosotros solos, además cuenta con seguridad, agua potable y servicios sanitarios en perfectas condiciones; esto, para alguien que anda viajando en bicicleta, es un lujo. La noche estuvo muy tranquila, aunque habían muchos mosquitos, pero mientras no saliéramos de la tienda de campaña no había ningún problema. En resumen, este parque acuático es un lugar muy bonito en donde se puede ir a pasar un día fresco y relajado, tomar una siesta en una hamaca o bañarse en sus piscinas. La comida es muy buena y todo a precios muy accesibles. Recomendadísimo. Está abierto de lunes a domingo de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Si quieres conocer más de Manantiales de Jiboa, puedes visitar su página de Facebook, visitar su sitio web o llamar al telefóno 7745-3526 o al 2305-3866.

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