LEJANO ESTE | Parte III: le doy, le doy

Nuestra ruta continúa por la carretera del Litoral, siendo nuestro destino de esta etapa Usulután, a 72 kilómetros. Atras queds el Jiboa. En este recorrido experimentamos mucha empatía, recuerdos y conocimos personas muy especiales. Los primeros 22 kilómetros fueron de subida y bajada. Uno puede pensar que esta zona las carreteras son planas, pero no es así: la escalada hasta Zacatecoluca era desde los 50 msnm hasta los 200 msnm.
En esta ruta pasamos varios pueblos muy pintorescos como Santiago Nonualco y San Rafael Obrajuelo, ambas poblaciones con bastante actividad comercial y tráfico de vehículos. Un dato muy interesante es el lema de esta última población: «tierra de esfuerzo y perseverancia»; un lema muy acorde al ciclismo, ya que hay que esforzarse y perseverar por kilómetros antes de llegar a nuestro destino, del cual, para nosotros, hacía falta un buen trecho.
Luego pasamos por San Juan Nonualco en donde nos detuvimos en una venta de insumos agrícolas para abastecernos de agua. Descansamos unos minutos conversando con las personas sobre muchas cosas, y la pregunta que siempre me hacen es «¿por qué en bicicleta y no en carro?». Aunque trato de explicarles cuál es la razón personal de viajar de esta manera, siempre veo en sus rostros algo de duda, por lo que les recomiendo ver los videos en nuestro canal de YouTube para que, al ver la travesía completa, comprendan lo bonito que es el cicloturismo y lo mucho que se puede ver y conocer desde una bicicleta.

Las minutas del Chiqui

Para sustentar lo anterior, luego de pasar a Zacatecoluca, vi a una persona manejando una bicicleta de carga. Lo alcancé y era un puesto ambulante de minutas. «El Chiqui y sus minutas» se leía en letras multicolor sobre el toldo. Su propietario, Carlos Antonio Cruz, es una persona con una actitud especial: amistoso, cordial y con un gran sentido del humor. Con la temperatura llegando a los 38 ºC, siendo apenas  las 10 de la mañana, el Chiqui estaciona su bicicleta en el desvío que empalma Zacatecoluca y la carretera del Litoral.

Ahí se construye un complejo de tres edificios que alojarán las instalaciones de la delegación de la PNC en el departamento de La Paz y la subdelegación de Zacatecoluca. Tomando aire grita con mucho entusiasmo: «¡Uyuyuy, ya llegó el que no llegaba con la minuta bien helada. Mire que si usted no dice nada, mejor nos vamos de pasada dando una caminada y soportando una asoleada!». Desde adentro de la construcción se escucha a un hombre gritar «¡ya llegó el Chiqui!», y de su interior salen una decena de trabajadores pidiendo, entre bromas y risas, una minuta de mango, otros una de papaya o de fruta con jarabe. El Chiqui los recibe con bromas, una gran sonrisa, entusiasmo y con una canción de su inspiración, como dirían los publicistas, el jingle de su negocio, la cual dice así:

Le doy, le doy, 
Le doy la minutilla
que está más sabrocita que la que hay en la Puntilla.
Le doy, le doy, 
Le doy si no le han dado
la minuta de mango y ahora con papaya.
La minuta del Chiqui está bien sabrocita
para que la disfrute usted con su abuelita.

Todos sonríen. Más parece que llegan a refrescar el espíritu con el humor blanco del Chiqui que a comer minuta.  O las dos cosas. «Cuidado, Chiqui, que te van a robar la fórmula de la minuta para llevarse a los ‘yunais’», dice en son de broma uno de los trabajadores al ver que los estamos filmando para nuestro vlog. El Chiqui sonríe y les dice: «No hay problema, la quieren con marihuana molida ¿o qué?». Todos sonríen y luego explica: «Es una broma, yo les digo que es de marihuana, pero en realidad es alguashte molido. Aquí ese volado es prohibido». Vuelven todos a reír.

Carlos  asegura: «Con la bicicleta me puedo desplazar a varios puntos de Zacatecoluca y esto me mantiene saludable. Pero quiero ver si le pongo un motorcito… usted sabe que ya van a venir los años en que me ponga viejo y ya no me den las piernas». Y en efecto, la bicicleta del Chiqui es muy pesada, pero con esfuerzo y perseverancia llega a donde quiere. Con todo ese estusiasmo y risas no me daban ganas de irme. Era hora de partir y simplemente agradecimos al Chiqui por la minuta de limón con fresa que nos preparó. Nos despide con un «nombre de Dios con uno».

Recuerda

De Zacatecoluca hasta el caserío El Playón, un poblado que queda justo después del límite fronterizo entre los departamentos de La Paz y San Vicente, todo era en descenso… Bueno, en el mapa así dice, pero en realidad es un descenso «accidentado», siempre con bajadas y subidas en su tramo inicial. Desde esta población estamos a unos 11 km de San Marcos Lempa, en donde, según nuestros planes, almorzaremos cerca del río Lempa. Pero incluso en trayectos cortos puede suceder cualquier cosa. Asi que hay que estar abiertos de mente para lo que suceda.


En estas dos últimas horas la temperatura alcanzó los 40 ºC y el sol pegaba fuerte. Antes de llegar a San Marcos Lempa encontramos unas cruces en el camino. Aunque no tenían nombres, había una con una figura de un querubín. Posiblemente un niño habría fallecido aquí. Poner una cruz en el lugar donde una persona perdió la vida es una forma de recordarla, de rendirle tributo y, en ocasiones, una forma de sanación para los familiares. Sin embargo, en nuestro país se ha ido perdiendo esta tradición, la cual tiene raíces religiosas; es por eso que se coloca una cruz y solo se hace cuando la muerte ha sido violenta, cuando la vida se truncó de repente, sobre todo en accidentes de tránsito.  Cuando pasamos rápido en frente a ellas en un automóvil no nos percatamos de sus mensajes, que en lo personal considero tienen dos: uno como un tributo a la memoria de esa persona que falleció en ese lugar, como un recuerdo. Segundo, es un llamado para todos los que estamos vivos, como un recordatorio, para que sepamos que la vida es corta, que hay que ser felices, respetar a los demás, no atesorar cosas materiales, tener misericordia con el prójimo, sonreír mucho y estar en paz con Dios, que al final es lo único que nos llevaremos a la otra vida.


Luego de pedalear unos 40 minutos, una columna de acero retorcido es el monumento que nos recibe al llegar al puente de San Marcos Lempa o popularmente conocido como «el puente de Oro». Esta masa de hierro retorcido es una de las columnas de lo que fue el  hermoso puente de Oro. La gente lo llamaba así porque originalmente lo habían pintado de color dorado. Pasar este puente, ubicado sobre el río Lempa, es como llegar a la frontera de un nuevo territorio: el oriente salvadoreño.
El puente de Oro fue construido en 1952  por  una empresa extranjera llamada Roeblings Bridges Division, de Trenton, Nueva Jersey. La construcción del puente se realizó entre 1945 y 1948, durante el período presidencial del general Salvador Castaneda Castro,  y fue inaugurado por el presidente coronel Óscar Osorio, en 1952. Con 700 metros de longitud, era uno de los puentes más largos en Latinoamérica y uno de los más hermosos de nuestro país, que incluso le ganaba en belleza arquitectónica al puente Cuscatlán.
La empresa que lo diseñó y edificó había construido los puentes de Brooklyn, en Nueva York, y el Golden Gate, en San Francisco, California, entre muchos otros. De hecho, el puente de Oro, en escala mucho menor, tenía estructura y apariencia similares al Golden Gate. Era una constrconstr elastica que estaba suspendida por gruesos cables de acero que fueron asegurados firmemente a cuatro enormes columnas asentadas en las orillas y el lecho del río, esta estructura, además de hacerlo estéticamente hermoso, le daban flexibilidad, volviéndolo resistente a sismos y vientos huracanados.

Hoy en día del antiguo puente solo quedan fotos y esta columna de metal en la cual todavía se pueden ver los gruesos cables de acero. El puente de Oro fue dinamitado el 15 de octubre de 1981, y el puente Cuscatlán, sobre la carretera Panamericana, fue dinamitado el 1º de enero de 1984. Durante la guerra civil que vivió El Salvador, entre los años de 1980 y 1992, la economía sufrió serios daños, siendo la infraestructura uno de los principales objetivos de los grupos guerrilleros. Con la finalización del conflicto armado y la posterior firma de los Acuerdos de Paz, el Gobierno inició una serie de proyectos con el objetivo de rehabilitar la red vial dañada en el país, especialmente las carreteras de primer orden, que durante el conflicto no recibieron mantenimiento. El puente, que en añoranza la gente continúa llamando puente de Oro, ahora es de concreto de dos carriles y pasarelas peatonales. Una estructura similar a la  del puente Cuscatlán. Nada que ver con la belleza del puebte que le heredó su nombre.

La población que está después de cruzar el puente es San Marcos Lempa, un cantón que pertenece a Jiquilisco, un municipio del departamento de Usulután, que está situado en la llanura costera salvadoreña. A pesar de que está en las riberas del río Lempa, el calor es una de sus principales características. Su población trabaja en la agricultura, la ganadería y la pesca.

En ambos lados del puente se pueden encontrar comedores y tiendas que ofrecen una variedad de productos sobre todo a los pasajeros de los autobuses que aquí se detienen para descansar en su camino hacia el Oriente. Luego de 42 km pedaleando en uno de estos establecimientos nos abastecimos de agua y comida, compramos algo de comer para el almuerzo y así poder descansar un rato para tomar fuerzas y enfrentar los 33 km que nos hacen falta para llegar a Usulután. El mejor lugar para comer era bajo la sombra del puente, en las riberas del río Lempa.

Río de vida

El río Lempa es uno de los ríos más largos de Centroamérica y el más largo de El Salvador. Tiene 422 km de longitud  y su cuenca abarca tres países: Guatemala, Honduras y El Salvador. Nace entre las montañas volcánicas de las mesetas centrales de Guatemala, en el municipio de Esquipulas, departamento de Chiquimula.

Ahí recorre unos 30.4 km y luego ingresa a Honduras por el departamento de Ocotepeque y recorre su territorio por 31.4 km. Posteriormente ingresa a la frontera con El Salvador al noreste del departamento de Chalatenango y sigue su recorrido por 360.2 km, desembocando en la planicie costera del océano Pacífico, entre los departamentos de San Vicente y Usulután.


Frente a este caudaloso río salvadoreño y acompañado por un perro de la localidad, con el cual compartimos tortillas y pollo, descansamos y pudimos observar un ángulo diferente del puente. Desde aquí se puede apreciar el antiguo puente del ferrocarril, ahora en desuso, y la estructura oxidada del antiguo puente dinamitado. ​Cerca de mí, Rolando Hurtado y su familia, residentes del lugar, pescaban mojarras para hacer una sopa. «De aquí sacamos para comer. Hay buena pesca si se tiene paciencia», comenta.

A unos 50 metros, un grupo de hombres apalea arena de una lancha. Esta arena es dragada de los bancos que se forman en la parte central del río. «Esto solo lo podemos hacer ahorita en verano. En invierno es imposible», comenta Ulises Cortez. Y eso es cierto, pues a unos 30 metros arriba de las columnas del puente, se pueden observar las marcas hasta donde llega el agua en invierno. En otras palabras, si estuviéramos en invierno, aquí donde estamos sentados mi amigo perruno y su servidor, estaríamos bajo el agua.

Dulce empatía

El tramo de carretera de San Marcos Lempa hasta Usulután no es diferente al anterior: bastante subida y un fuerte calor, nada de brisa. El tráfico es bastante pesado, pero los hombros de la carretera ayudan a quitarnos un poco el estrés. En este trayecto pasamos por la Hacienda La Carrera, que en los años 1960-1970 era una de las granjas con mayor producción en América Latina. Tras la reforma agraria a finales de los setenta, la producción decayó considerablemente. Pero esta zona de Usulután, llamada «el granero de la República», es muy reconocida por el cultivo de algodón, plátano, cacao, caña de azúcar, cría de ganado y producción de aceite de coco.

La Hacienda La Carrera está a unos 10 km antes de llegar a la ciudad de Usulután. Que es una ciudad de El Salvador cabecera del municipio y departamento homónimos. De acuerdo con el censo oficial de 2007, tiene una población de 73,064 habitantes.​ El municipio cubre un área de 139,77 km² y tiene una altitud de 90 msnm. El topónimo náhuat de Usulután significa «Ciudad de los ocelotes»; otras acepciones son «Lugar de los olotes preñados o gruesos» o «Donde abundan las iguanas».


En la entrada a la ciudad de Usulután tuve el agrado de encontrarme a dos ciclistas: Kim y Hassan, de Alemania, quienes hacían un viaje desde México hasta Costa Rica. Kim es una cicloturista experimentada, ha recorrido varios países en bicicleta. Tiene un excelente blog que se llama Traveller at Heart (Viajera de Corazón) y una cuenta en Instagram que brinda mucha información y consejos de cicloturismo desde el punto de vista femenino. Este no sería nuestro primer encuentro en esta ruta, ya que ellos, al igual que yo, teníamos como destino el puerto de La Unión. En mi caso, mi destino final es Conchagua, y el de ellos, tomar una lancha que los lleve hacia Nicaragua. Hay algo especial, como una alegría, una «empatía ciclista» mejor dicho, cuando nos encontramos con otros viajeros que recorren los caminos en una bicicleta. Es como una empatía particular, ya que ambos sabemos el esfuerzo que hay que realizar para una travesía de varios kilómetros en bicicleta. Nuestra plática fue breve, ya que estaban bastante precisos por encontrar un banco para sacar dinero y poder pagar su estadía en la noche. Me comentaron que les había gustado mucho El Salvador, sobre todo las playas de La Libertad, en donde descansaron un par de días. Nos despedimos y continuamos nuestros caminos. Ya era tarde.

De Usulután puedo decir que es una ciudad bonita pero con un gran desorden vial. Es complicado desplazarse en bicicleta por las calles llenas de ventas ambulantes y personas caminando en medio de los carros porque no hay aceras disponibles. Es el reflejo del  crecimiento desproporcionado de las ciudades en nuestro país, que causa un desorden que se vuelve hasta crónico.

En esta ciudad tuve el agrado de ser hospedado en la casa de Jorge e Hilda, un matrimonio de usulutecos que tienen su casa ubicada en el mero centro de la ciudad. Aquí me pude dar realmente cuenta de que los salvadoreños somos hospitalarios, pero no lo percibimos hasta que somos nosotros los que recibimos este trato cálido y desinteresado. Después de un par de días en la carretera, me hicieron sentir como en casa. Dormir en una cama, tener una comida caliente y una charla no tienen precio. Los salvadoreños somos así.

 


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