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No te dejes vencer por el pesimismo

El Salvador es un país de fe. Aún cuando, desde un punto de vista eminentemente  humano, enfrentamos obstáculos que nos parecen insoslayables, y comportamientos reñidos con la moral que visualizamos inmutables, tenemos la plena convicción que saldremos adelante con la ayuda del Todopoderoso. Aquí es esencial recordar una gran verdad: El Señor es fiel a sus promesas.

Las sagradas escrituras contienen muchas promesas. Recordemos que la Biblia no es un simple libro religioso. Como decía San Agustín, son cartas que Dios ha enviado a los hombres; y el hombre es lo que lee, y si lee palabras de Dios, será hombre de Dios.

Deseo tener en cuenta esas verdades que allí están escritas, porque pienso que es importante compartirlas y actualizarlas. Pero, más que ello, es primordial aplicarlas a nuestra historia. No debemos visualizar los libros que componen la Biblia con aplicabilidad exclusiva para los hombres de entonces, sino para los hombres de hoy. Esta realidad adopta un valor trascendental debido a las circunstancias en las que actualmente estamos inmersos y que muchas veces no son tan favorables, un estereotipo que se ha repetido en la historia de nuestro querido país.

Querido lector, debo recalcarte que la fe mueve montañas: es un impulso, es una fuerza que nos anima a seguir adelante. En todo proyecto, siempre la necesitamos. La fe no es derivada por la razón. Como dice el catecismo, la fe es la adhesión a la persona de Jesús, a quien necesitamos para poder lograr todos nuestros objetivos.

Ahora bien, hemos dicho muchas veces que no debemos dejarnos vencer por el pesimismo y quiero comenzar recordando una verdad y es que la actuación del hombre siempre tiene un objetivo, un fin. Esta mañana nos levantamos y, en nuestra mente, ya había un objetivo. Con mayor razón, es vital reafirmar que Dios, al crearnos, lo hizo con un fin. No estamos en este mundo simplemente por estar. No estamos como las plantas, cumpliendo con una ley puramente biológica. Estamos en este mundo porque Dios pensó nuestra existencia desde la eternidad, y nos ha colocado en este mundo por su inmenso amor, dotándonos de inteligencia y voluntad para conocer y alcanzar el bien, camino que nos debe conducir a la felicidad plena.

En ocasiones pareciera que estamos en esta vida simplemente para sufrir. Muchas veces se interponen obstáculos para alcanzar la felicidad, pero eso no debe ser un impedimento para luchar por ella.

Yo quiero que te preguntes si eres feliz. No te pregunto si tienes felicidad, porque el tener es pasajero, mientras que el ser es permanente y existencial. Por lo tanto, ¿eres feliz como persona, como matrimonio, como familia, como sociedad?

La felicidad es, primordialmente, una conquista; es un proceso integral. La realización plena, para la cual Dios nos ha creado, tendrá lugar en la medida en que nosotros nos esforcemos, tengamos ideales y objetivos claros, completamente consistentes con el propósito de Dios para nuestra vida.

Querido hermano y hermana, te recuerdo un episodio del Antiguo Testamento, que debemos relacionar con la conquista de la felicidad. Se encuentra en el libro de los Números, en los capítulos 13 y 14. Es la historia de dos personajes que aceptaron el reto de la conquista de felicidad, de la tierra prometida. Dios había liberado al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, lo había sacado con mano poderosa, lo había hecho atravesar el Mar Rojo y, a lo largo del desierto, también le sació su sed y hambre.

Llegó el ansiado instante en el que el pueblo judío estaba delante de la tierra prometida. Ellos se dieron cuenta que la tierra prometida tenía pueblos que estaban acostumbrados a la guerra. Moisés tuvo la idea de enviar a doce representantes de las tribus. Esta acción encierra una enseñanza : no podemos entrar ni conquistar, si no conocemos nuestras fortalezas, oportunidades, debilidades y amenazas.

Los doce tuvieron el mismo objetivo. Al regresar, sus expectativas fueron diferentes. Diez de ellos tuvieron miedo, afirmando que se veían como saltamontes en comparación con los habitantes de esa tierra.

Pero hubo otros dos que regresaron con una visión distinta. José y Caleb dijeron que era una tierra que emanaba leche y miel, que debían subir y apoderarse, que ellos iban a vencer a aquellos gigantes. Pero los cobardes fueron más e influyeron en el pueblo, y éste lloró y gritó. Esta fue una actitud pusilánime al confiar solamente en ellos y no en Dios. Y, para bien de los que sí creyeron, entraron y conquistaron la tierra prometida.

La enseñanza para nosotros es que, al igual que la tierra prometida, la felicidad es una conquista; la felicidad no cae del cielo. La realización no se obtiene con sólo abrir los brazos, sin luchar por alcanzarla. Necesitamos tener fe, coraje, valentía y perseverancia. Hoy en día, cuántos hombres y mujeres, ante los retos que deben enfrentar, principalmente en el matrimonio, en la familia y en la sociedad, tienen un miedo de inconmensurables dimensiones que les impide actuar y, consecuentemente, recurrir al auxilio que el Señor siempre está dispuesto a brindar.

Ciertamente, con frecuencia tenemos gigantes delante de nosotros. Sólo con Dios podemos vencer esos gigantes del cansancio y del desánimo, esos gigantes que se presentan cuando perdemos la ilusión, las ganas de vivir, las ganas de luchar. Si hay algo que realmente no nos deja alcanzar la felicidad, es el pesimismo, es creer que todo se ha terminado, es creer que ya no hay esperanza, que ya nada vale la pena para seguir. Solamente el Señor sabe cuál es tu tierra prometida.

Tenemos que superar todo esto, tenemos que mirar hacia adelante; el desierto de los problemas no es para quedarse, sino para atravesarlo. La bendición está a tu lado y tienes que luchar, perseverar y levantarse. Deja que Jesús entre en tu vida, y habite allí para siempre. Él llegará cuando le abras tu corazón.