Archivo por meses: abril 2009

¿POR QUÉ BUSCAN ENTRE LOS MUERTOS AL QUE VIVE?

¿POR QUÉ BUSCAN ENTE LOS MUERTOS AL QUE VIVE? Lc 24, 5

“Resurrectio Domini, spes nostra”

(La resurrección del Señor es nuestra esperanza)

ALELUYA, ALELUYA ¡Cristo ha resucitado! Se celebra hoy en este tiempo de pascua el gran misterio, fundamento de la fe y de la esperanza cristiana: Jesús de Nazaret, el Crucificado, ha vuelto a la vida de entre los muertos al tercer día, según las Escrituras.

El anuncio dado por los ángeles, al alba del primer día después del sábado, a Maria la Magdalena y a las mujeres que fueron al sepulcro, lo escuchamos hoy con igual emoción: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado!” (Lc 24,5-6).

Resulta fácil imaginar el sentimiento que embargó aquellas mujeres testigos del calvario de Cristo, y que ahora se veían sorprendidas ante un hecho demasiado sorprendente para ser verdadero. Sin embargo la tumba estaba abierta y vacía. Pedro y Juan, corriendo al sepulcro y constataron el hecho.

La fe de los Apóstoles en Jesús, el Mesías esperado, había sufrido una dura prueba por el escándalo de la cruz. Durante su detención, condena y muerte se habían dispersado, y ahora atónitos se ven sorprendidos no sólo por un anuncio de victoria sobre la muerte, sino por un encuentro real de ojos abiertos y corazón palpitante con el mismo Resucitado, que ante su sed de certeza se mostró ante ellos y les dijo “la paz este con ustedes” (Jn 20,19).

Ante aquellas palabras, reaviva en los apóstoles la fe casi apagada por las circunstancias, le contaron a Tomás, ausente en aquel primer encuentro extraordinario: ¡Sí, el Señor ha cumplido cuanto había anunciado; ha resucitado realmente y nosotros lo hemos visto y tocado! Tomás, sin embargo, permaneció dudoso y perplejo. Cuando, ocho días después, Jesús vino por segunda vez al Cenáculo le dijo: “Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente!”. La respuesta del apóstol es una conmovedora profesión de fe: “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,27-28).

Es urgente ahora más que nunca que los cristianos del mundo renovemos también la profesión de fe de Tomás, porque la humanidad actual sedienta de testigos espera de nosotros una autentica resurrección personal; que congregue con el testimonio a los hijos de Dios y ofrezca un verdadero encuentro con Cristo Jesús, como verdadero Dios y verdadero Hombre, que salva, sana, transforma y libera.

Si en Tomás podemos encontrar las dudas y las incertidumbres de muchos cristianos de hoy, los miedos y las desilusiones de innumerables contemporáneos nuestros, con él podemos redescubrir también con renovada convicción la fe en Cristo muerto y resucitado por nosotros. Esta fe, transmitida a lo largo de los siglos por los sucesores de los Apóstoles, continúa, porque el Señor resucitado ya no muere más. Cristo vive, Él vive en la Iglesia y la guía firmemente hacia el cumplimiento de su designio eterno de salvación.

Nosotros también podemos ser tentados por la incredulidad de Tomás, especialmente cuando el dolor, el mal, las injusticias, la muerte, las gerras, las enfermedades asechan nuestras vidas queriendo sofocar nuestra fe, no obstante, justo en estos casos, la incredulidad de Tomás nos resulta paradójicamente útil y preciosa, porque nos ayuda a purificar toda concepción falsa de Dios y nos lleva a descubrir su rostro auténtico: el rostro de un Dios que, en Cristo, ha cargado con las llagas de la humanidad herida y por sus llagas hemos sido curados (1 P 2,24)

En efecto, la resurrección de Jesús no ha quitado el sufrimiento y el mal del mundo, pero los ha vencido en la raíz con la superabundancia de su gracia. A la prepotencia del Mal ha opuesto la omnipotencia de su Amor. Como vía para la paz y la alegría nos ha dejado el Amor que no teme a la Muerte. “Que se amen los unos a los otros – dijo a los Apóstoles antes de morir – como yo los he amado” (Jn 13,34).

Hoy la Iglesia ora, invoca a María, Estrella de la Esperanza, para que conduzca a la humanidad hacia el puerto seguro de la salvación, que es el corazón de Cristo, la Víctima pascual, el Cordero que “ha redimido al mundo”, el Inocente que nos “ha reconciliado a nosotros, pecadores, con el Padre”. A Él, Rey victorioso, a Él, crucificado y resucitado, gritamos con alegría nuestro ALELUYA.

“Resurrectio Domini, spes nostra”, “la resurrección del Señor es nuestra esperanza” (San Agustín. Sermón 261,1). Con esta afirmación, el gran Obispo explicaba a sus fieles que Jesús resucitó para que nosotros, aunque destinados a la muerte, no desesperáramos, pensando que con la muerte se acaba totalmente la vida; Cristo ha resucitado para darnos la esperanza.

FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN.