Archivo por meses: febrero 2010

Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió

En esta ocasión, hermanos y hermanas, quiero compartir con ustedes una reflexión sobre el evangelio de este segundo domingo de cuaresma. Definitivamente, una extraordinaria experiencia de fe: La Transfiguración del Señor.

Leamos antes el evangelio según San Lucas 9, 28-36

En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: Eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se calan de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: – «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía. Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que hablan visto.
Palabra del Señor.
A manera de cultura general, quiero compartirte unos datos:

• Jesús se transfiguró en el monte Tabor, que se encuentra en la Baja Galilea, a 588 metros sobre el nivel del mar
•Este acontecimiento tuvo lugar, aproximadamente, un año antes de la Pasión de Cristo. Jesús invitó a su Transfiguración a Pedro, Santiago y Juan. A ellos les dio este regalo, este don.

Ahora bien, en este relato en lo alto del monte Tabor, aparece misteriosamente la condición de la vida futura y el Reino del gozo. De manera sorprendente, los antiguos mensajeros de la Antigua y de la Nueva Alianza, portadores de un misterio lleno de paradoja, se reúnen en el monte junto a Dios. Hoy, en lo alto del Tabor, se esboza el misterio de la cruz que, a través de la muerte, da la vida: Así como Cristo fue crucificado entre dos hombres en el monte Calvario, asimismo se levanta lleno de su majestad divina entre Moisés y Elías. La fiesta de este segundo domingo de cuaresma nos muestra este otro Sinaí, montaña tanto más preciosa que el Sinaí por sus maravillas y sus acontecimientos.
La transfiguración tuvo lugar mientras Jesús oraba, porque en la oración es cuando Dios se hace presente. Los apóstoles vieron a Jesús con un resplandor que casi no se puede describir con palabras: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos eran resplandecientes como la luz.

Pedro quería hacer tres tiendas para quedarse ahí. No le hacía falta nada, pues estaba plenamente feliz, gozando un anticipo del cielo. Estaba en presencia de Dios, viéndolo como era y él hubiera querido quedarse ahí para siempre.

¡Qué momento más hermoso el que vivió Pedro, Santiago y Juan¡ y qué paz y que gloria habrán sentido para querer quedarse ahí para siempre, con Jesús.

Indiscutiblemente, disfrutar de la presencia de Jesús en la Eucaristía es una de las experiencias más significativas de mi vida. Desde mi escritorio donde redacto este blog, medito en la escena de la Transfiguración y en lo extraordinario que fuera el hecho de que tú y yo descubriéramos la plenitud de confiar y abandonarnos en Jesús y también digamos: Jesús que bien estamos contigo, no queremos separarnos de tu lado jamás…

Muchas veces, las dificultades nos impiden ver la gloria y la grandeza de Jesús. En este momento, te invito a buscar la presencia del Señor, a través de la oración. Recuerda: No importa adonde estés, Dios permanece a tu lado siempre.

En ocasiones, la preocupación del informe, la junta o el trabajo que debemos entregar con premura nos tapa los ojos y no nos deja ver la transfiguración de Jesús frente a nosotros. No olvides, Jesús está ahí. Solo falta que le abras el corazón y confíes todos tus problemas a su majestad.

Cristo, justicia de Dios

Queridos hermanos y hermanas: Cada año, con ocasión de la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una sincera revisión de nuestra vida, a la luz de las enseñanzas evangélicas. Este año, Su Santidad Benedicto XVI nos propone algunas reflexiones sobre el vasto tema de la justicia, partiendo de la afirmación paulina: La justicia de Dios se ha manifestado por la fe en Jesucristo (cf. Rm 3,21-22).

Por el excelente contenido de este mensaje es que quiero compartir contigo un fragmento, no solo para conocerlo, sino para hacerlo vida.

El anuncio cristiano responde positivamente a la sed de justicia del hombre, como afirma el Apóstol Pablo

en la Carta a los Romanos: “Ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado… por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia (Rm 3,21-25).

¿Cuál es, pues, la justicia de Cristo? Es, ante todo, la justicia que viene de la gracia, donde no es el hombre que repara, se cura a sí mismo y a los demás. El hecho de que la “propiciación” tenga lugar en la “sangre” de Jesús significa que no son los sacrificios del hombre los que le libran del peso de las culpas, sino el gesto del amor de Dios que se abre hasta el extremo, hasta aceptar en sí mismo la “maldición” que corresponde al hombre, a fin de transmitirle en cambio la “bendición” que corresponde a Dios (cf. Ga 3,13-14).

Pero esto suscita en seguida una objeción: ¿qué justicia existe dónde el justo muere en lugar del culpable y el culpable recibe en cambio la bendición que corresponde al justo? ¿Cada uno no recibe de este modo lo contrario de “lo suyo”? En realidad, aquí se manifiesta la justicia divina, profundamente distinta de la humana. Dios ha pagado por nosotros en su Hijo el precio del rescate, un precio verdaderamente exorbitante.

Frente a la justicia de la Cruz, el hombre se puede revelar, porque pone de manifiesto que el hombre no es un ser autárquico, sino que necesita de otro para ser plenamente él mismo. Convertirse a Cristo, creer en el Evangelio, significa precisamente esto: Salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, indigencia de los demás y de Dios, exigencia de su perdón y de su amistad.

Se entiende, entonces, como la fe no es un hecho natural, cómodo, obvio: Hace falta humildad para aceptar tener necesidad de Otro que me libere de lo “mío”, para darme gratuitamente lo “suyo”. Esto sucede especialmente en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.

Gracias a la acción de Cristo, nosotros podemos entrar en la justicia “más grande”, que es la del amor (cf. Rm 13,8-10), la justicia de quien en cualquier caso se siente siempre más deudor que acreedor, porque ha recibido más de lo que podía esperar.

Precisamente por la fuerza de esta experiencia, el cristiano se ve impulsado a contribuir a la formación de sociedades justas, donde todos reciban lo necesario para vivir según su propia dignidad de hombres y donde la justicia sea vivificada por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma culmina en el Triduo Pascual, en el que este año volveremos a celebrar la justicia divina, que es plenitud de caridad, de don y de salvación.

Que este tiempo penitencial sea para todos los cristianos un tiempo de auténtica conversión y de intenso conocimiento del misterio de Cristo, que vino para cumplir toda justicia. Que luego de leer este mensaje pongas en práctica la justicia, no en el sentido de que te den lo que mereces. Busca siempre que todos reciban lo que por derecho divino merecen.

Tentaciones

Un cordial saludo, hoy quiero compartir una pequeña reflexión sobre  el evangelio de este primer domingo de cuaresma. Espero sea edificante para nuestras vidas y podamos aplicar estas enseñanzas en nuestra cotidianeidad.

El Evangelio está tomado de San Lucas 4,1-113

Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.

El demonio le dijo entonces: “Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan”. Pero Jesús le respondió: “Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan”.
Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra y le dijo: “Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá”. Pero Jesús le respondió: “Está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto”. Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden. Y también: Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra”. Pero Jesús le respondió: “Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”. Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.

Meditemos. En la vida de Jesús hay ciertos momentos claves, y este es uno de ellos. Jesús está por comenzar su cam­paña de evangelización. Antes de empezar una cam­paña todo líder debe estudiar bien los métodos que va a utilizar. Jesús los estudia detenidamente, pero tam­bién Satanás le presenta otro método de proceder, totalmente equivocado, el cual es rechazado totalmente por Cristo. Su método preferido no será llegar a la meta por medios espectaculares y fáciles que deslumbran pero no cambian a nadie, sino salvar por medio del sufrimiento, de la pobreza, la paciencia, la mansedum­bre, la humildad y la cruz y un gran amor a Dios y al ser humano.

Ahora, quiero extrapolar estas tentaciones a las  que se vio expuesto Jesús. Por un momento, piensa que estás en la sala del tribunal de justicia, que eres miembro del jurado y que el abogado defensor está presentado su alegato final. Tú estás convencido de que el acusado es culpable pero las palabras del abogado son tan elocuentes y conmovedoras que te sientes impresionado. ¿Cuál será tu decisión? Lo  correcto es reafirmar la verdad, verificar las pruebas concretas y repasarlas en la mente.

Para la razón natural, Satanás es muy astuto en sus intentos de torcer la verdad de quién y cómo es Dios. Nos tienta a dudar de que El Señor proveerá para nosotros y nuestras familias y trata de convencernos de que la mejor salida es, por ejemplo, hacer algún “arreglo” en la declaración de impuestos o buscar un ascenso en el trabajo aunque con ello perjudique a un compañero o imponga una carga adicional sobre la vida familiar, o a lo mejor nos dice que no seremos felices si no compramos lo que está de moda o el último aparato electrónico en el mercado.

Lo que sucede es que el diablo es el padre de toda mentira. Talvez no pueda impedirnos abiertamente adorar a Dios, pero trata de tentarnos y distraernos cuando vamos a orar o leer la escritura. Cuando estamos enfermos, nos bombardea con ideas de que no debemos ser ingenuos y reconocer que Dios no nos cuida; cuando caemos en el pecado nos asegura que el Padre no nos va a perdonar o que no cambiaremos jamás.

Hermanos, día a día luchamos en una batalla que solo venceremos a fuerza de bien y de mucha oración. Satanás nos tienta en todo momento y busca nuestro lado débil para hacernos caer. Hoy, lo importante es que reconozcas esos momentos de fragilidad y busques a Dios para fortalecerte, porque en las pruebas es cuando más le necesitamos.

Si quieres promover la paz, protege la creación

Un saludo de paz hermanos y hermanas. En esta ocasión, quiero compartir con ustedes dos puntos del mensaje de la XLIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ, escrito por su Santidad Benedicto XVI.

Contextualizando, la Jornada de la paz es celebrada cada primero de enero. El objetivo principal es la reflexión y cambio de actitud hacia la búsqueda de la paz, en cualquier ámbito de nuestra vida. Esta vez, el Papa hace alusión a la protección de nuestra naturaleza.

Veamos:

1. Quisiera dirigir mis más fervientes deseos de paz a todas

las comunidades cristianas, a los responsables de las Naciones, a los hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo. El tema que he elegido para esta XLIII Jornada Mundial de la Paz es: Si quieres promover la paz, protege la creación. El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios», y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. En efecto, aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral -guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos-, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos»

2. En la Encíclica Caritas in veritate he subrayado que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. He señalado, además, que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad. En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de asombro con el Salmista: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8,4-5). Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas».

En este sentido es que debemos aprender a cuidar más nuestro entorno. Debemos ser precavidos de todas nuestras acciones en la empresa o en el hogar. Si Dios con su infinito amor creo nuestro mundo, ¿por qué no cuidarlo nosotros con el mismo sentimiento? ¿Qué piensas?