Archivo por meses: mayo 2010

Tu verdadero propósito en la vida

A veces puede pasarnos que durante la realización de nuestras las actividades, el cansancio se puede empezar a hacer presente. La monotonía, la rutina, el trabajo, la familia, los estudios, incluso hasta las actividades pastorales.

 
Nos sumergimos tanto en los afanes personales y del mundo que nos olvidamos del verdadero propósito por el cual hemos sido creados. Dios nos ha creado para que seamos felices y le demos toda la gloria y la alabanza sólo a él.

 
Si bien es cierto, el cuerpo y nuestra mente se pueden cansar, es nuestro espíritu el que debe permanecer siempre alerta. Porque “sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Rom 8;28).

 
A pesar de las pruebas, las enfermedades, los obstáculos y las trampas del enemigo, nosotros como cristianos debemos estar firmes y seguros en Cristo. No dejarnos vencer y por el contrario, luchar con alegría por hacer cumplir la voluntad del Padre en nuestras vidas.

 
Constantemente debemos preguntarle en oración a Dios qué desea de nosotros, pues solo conociendo su voluntad podremos luchar contra los embates de este mundo y hallar el camino que él ha trazado para nosotros desde la eternidad. Un camino seguro y lleno de bendiciones. Un camino muchas veces estrecho, pero el único que es verdadero.

 
Pidámosle a Jesús tener un corazón alegre y dócil. Un corazón que sepa seguir la voz del buen pastor sin cansarse y sin desfallecer. Un corazón que sea testigo alegre de las bendiciones y milagros de Dios.

Espíritu Santo, compañía y consolador

Que la paz de Cristo habite tu corazón. Realmente deseo que el Altísimo envíe su Espíritu sobre tí, para que todas tus obras se desborden en éxito y bendición.

Evangelio según San Juan 20,19-23.
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.

Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

Palabra del Señor, Gloria y Honor a ti Señor Jesús.

El Espíritu Santo es el lazo de amor que une al Padre y al Hijo. Es la expresión concreta de amor entre los dos. De ahí procede su importancia y su divinidad. Particularmente, en nuestra vida Él es nuestra compañía, nuestro guía y nuestro consolador.

Hermanos, las cosas no se nos ocurren por casualidad o por nuestra inteligencia, es el Espíritu Santo quien nos ilumina. Aprendamos a reconocer su presencia y a pedir sus dones, para que todas nuestras actividades estén bajo su unción y su protección.

El Espíritu Santo transformará tu vida si se lo pides. Confía.

Comparto contigo una pequeña oración que particularmente realizo antes de cada decisión o actividad que voy a realizar.

Oh Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo. Inspíranos siempre lo que debemos decir, lo que debemos hacer, lo que debemos pensar y lo que debemos evitar, para procurar tu Gloria y el bien de las almas. Amén.

QUIERO DECIR QUE SÍ HASTA EL FINAL

Hace un poco más de dos mil años, una joven moza, que apenas rondaba la adolescencia, fue visitada por un arcángel. Fue así como una joven cuyo nombre parecía común ante los demás, dejaría el anonimato para ser recordada por la eternidad. Esta joven fue María, hija de Ana y de Joaquín. Ella sería desde ese momento parte esencial dentro de la salvación de la humanidad.

Gracias a esa joven, toda la humanidad tuvo la oportunidad de ser salvada y redimida de sus faltas. Sin duda alguna, gracias al sí de María todos los hombres y mujeres gozamos de una vida en abundancia y, sobre todo, del amor eterno de Dios.

Pero, ¿Qué tal si María hubiera dicho que no?
Quizás nada de lo que conocemos existiría. A lo mejor, ni siquiera nosotros existiríamos. Pero gracias a un simple sí, toda la existencia humana cambió radicalmente.

María fue una mujer de valor al decir sí. Ella no sólo dijo sí porque era la escogida por Dios. Ella dijo sí porque tenía una fe inquebrantable. Ella más que nadie sabía cuán grande era el poder de Dios en su vida. Eso quedó claramente manifestado en la preciosa oración del magníficat, (Lucas 1, 46-55), que elevó al Padre mientras visitaba a su prima Santa Isabel.

María es, sin duda alguna, la primera cristiana, pues antes de recibir a Jesús en su vientre, lo recibió primero en su corazón. Desde su anunciación creyó en él, en su misión y en todo lo que él representaba para la humanidad. Gracias a su sí, nuestro Redentor pudo venir a este mundo, asumir nuestra condición y ser semejante a nosotros en todo menos en el pecado.

Así pues, aprendamos de María Santísima la humildad, la fidelidad, la mansedumbre y el gozo de decir siempre sí a Dios. Seamos esos cristianos y cristianas de valor que aceptan la voluntad de Dios. Gocémonos en cada detalle de nuestras vidas, y reconozcámonos, al igual que María, escogidos por Dios desde la eternidad. Aprendamos desde hoy a decir sí hasta el final.

Nos da su vida y su amor

Afectísimos en Cristo, comparto contigo querido lector una pequeña reflexión sobre el Evangelio de este domingo, según San Juan 17,20-26.

No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí.
Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno
-yo en ellos y tú en mí- para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste.

Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté, para que contemplen la gloria que me has dado, porque ya me amabas antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste.
Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos”.

Palabra de Señor, gloria y honor a tí Señor Jesús.

Que palabras más hermosas las del Señor en este pasaje bíblico y que promesas más alentadoras de que seremos uno con el Padre, con solo creer en su palabra y en su verdad.

Hay algo que día a día hemos olvidado. Estamos hechos a semejanza de Dios y estamos llamados a estar junto a Él. Lastimosamente, con nuestras actitudes y conformismo, paulatinamente nos alejamos de ello.
Hay algo que quiero recalcar: A Jesús no le bastó dar su vida por nosotros y padecer el suplicio de la cruz, sino también pide al Señor que nos ame con el mismo sentimiento que lo ama a Él.

Lo que me genera contradicción es que si Jesús nos envía y comparte su amor, ¿por qué nosotros nos tratamos como enemigos, a cada instante?, ¿por qué nos matamos?, ¿por qué nos robamos, secuestramos, encarcelamos y discriminamos los unos a los otros?

No digas que todo está mal si no te has esforzado ni un poco. No te preguntes por qué hay tanta violencia, tanto odio y tanto rencor si no eres capaz de brindarle una sonrisa a tu hermano.