Archivo por meses: junio 2010

Dios no te dará lo que le pides

Saludos hermanos. Aprovecho la ocasión para invitarte a nuestro 14 aniversario. Lo celebraremos en el anfiteatro del CIFCO, el 17 de julio, a partir de la 1:00 de la tarde. El tema: ¿Cómo mantenerse firme ante las adversidades?
Bueno, entrando en materia, hoy quiero hablarte sobre algo que debemos poner en práctica en nuestra vida.
Cada día, al levantarnos o enfrentarnos a los duros problemas que se nos presentan, le pedimos a Dios fortaleza, fe, valentía, amor, unión familiar y todo lo que en ese momento necesitamos.

Aunque muchas veces no lo parezca, Dios siempre contesta a nuestras súplicas. Lo que pasa es que no es de la manera de que nosotros pensamos. Dicho de otra manera, si pedimos fe, esperamos que Dios nos ilumine o se nos aparezca para darnos la fe que le estábamos pidiendo.

Hermano, Dios no te dará fortaleza, fe, valentía, amor, unión familiar o lo que necesites. Dios te dará la oportunidad para que tú seas fuerte, para que tengas mas fe y para que sientas más amor. Si le estás pidiendo unión familiar, Él te propiciará los momentos para que tu familia se una.
Aprendamos a reconocer en cada situación la mano de Dios obrando y respondiendo a nuestras súplicas. Dios está en todas partes, no lo olvides.
Para finalizar, quiero recordarte que es muy importante que creamos con todo nuestro corazón que Dios no sólo nos llamó, sino que nos ha escogido y cuenta con nosotros para dejar una huella en esta generación. La historia ha sido marcada por hombres de reto, que decidieron rebelarse a sus temores y arriesgarse venciendo cualquier obstáculo, sin importar cuan grande podría ser, solo decidieron servirle a Dios.
Bendiciones.

Dominto Siete

Saludos hermanos. Hoy daré un giro en cuanto a mis habituales comentarios en este blog. Navegando en internet, me encontré con esta historia que comparto a continuación.

Un hombre estaba poniendo flores en la tumba de su esposa, cuando vio a un hombre chino, poniendo un plato con arroz en la tumba vecina.

El hombre se dirigió al chino y le preguntó:
-Disculpe señor, ¿de verdad cree usted que el difunto viene a comer el arroz?
-Sí, responde el chino, cuando el suyo venga a oler sus flores.

Moraleja : Respetar las opiniones del otro es una de las mayores virtudes que un ser humano puede tener.
Las personas son diferentes, por lo tanto, las personas actúan diferente y piensan de distinta forma.

En ciertas ocasiones, en misa se oyen comentarios como: Ya viste a la fulana como vino vestida. Mira, el zutanito no comulgó, quizás está en pecado… Qué muchachas las de este tiempo como se visten de deshonestas… y así, podría seguir enumerando frases que no vale la pena reproducir.

Sobre lo que quiero detenerme es en preguntarnos ¿por qué ver primero la paja del ojo ajeno sin antes no ver el nuestro? Muchas veces criticamos a nuestros semejantes como si fuesen a darnos un premio por hacerlo. En repetidas ocasiones, creamos prejuicios sin conocer siquiera el nombre de nuestra víctima.

Hermanos, en este mundo estamos para ayudarnos y amarnos los unos a los otros, no para hacernos pedazos, como se diría en buen salvadoreño.

Aprendamos a reconocer nuestros errores primero y la próxima vez que por nuestra mente cruce algún pensamiento de este tipo, no lo hagamos. Mejor recemos un Padre Nuestro por la paz de nuestro país, que tanto la necesitamos.

No juzgues…solamente comprende…y si no lo puedes comprender, olvídalo.

¿Cargar con mi cruz?

Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.
Ellos le respondieron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”.
“Pero ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro, tomando la palabra, respondió: “Tú eres el Mesías de Dios”.
Y él les ordenó terminantemente que no lo dijeran a nadie.
“El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”.
Después dijo a todos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.

 
Palabra del Señor, Gloria y Honor a tí Señor Jesús.

 
Ya no soporto más. Es por gusto. No sé qué estoy pagando. ¿Acaso no entiendes? Estas y otras frases son nuestro pan de cada día para renegar por lo que nos está pasando en nuestro trabajo, en la calle, en el súper, etc.

 
Existen ocasiones en las que nuestro lado humano se cansa y busca una explicación a tanta violencia y calamidad que se vive aquí, allá y hasta en nuestro hogar. Hasta cierto punto, pienso que eso es muy normal.
En nuestro afán de buscar una salida en Cristo, nos aferramos a Él y oramos tan fervientemente que nuestra súplica es escuchada. Pero, a veces todos parecen volver a repetirse y nos encerramos en un círculo infinito del que aparentemente nunca saldremos.

 
Lo que pasa hermanos es que nos conformamos con la primera respuesta de Dios y nuestro fervor termina ahí. En el evangelio de este domingo Jesús nos dice que carguemos con nuestra cruz de cada día. Eso implica que tenemos que dar una lucha constante para alcanzar lo que tanto anhela nuestro corazón.

 
Por crudo que suene, ese hijo enfermo, ese mal esposo, ese compañero insoportable, ese padre o madre duros de tratar pueden ser nuestra cruz. La cual debemos cargar con amor para seguir el camino de Jesús.

 

 

Adelante hermano. Nadie nos dijo que este camino sería fácil. Lo único que sabemos que la recompensa será gloriosa y es ahí donde debemos fijar nuestra mirada, no en los baches del camino.

Él siempre nos perdona

Para muchos de nosotros, la excusa perfecta es decir: “Soy humano, y yo qué culpa”. Es la frase típica que buscamos ante una situación de pecado. Nos cuesta reconocernos pecadores y mucho más reconocer que alguien puede librarnos del pecado y nos invita a ya no cometerlo.

Humanamente es interesante detenerse a pensar en cómo todo aquello malo que hemos hecho por muchos años, y que nos hace tener cargo de conciencia (si es que la tenemos), vergüenza y, en el peor de los casos, alguna enfermedad, puede ser perdonado y curado divinamente.

Dios en su amor misericordioso y eterno perdonó nuestros pecados desde aquel día en que entregó a su hijo único por nuestros pecados. Nos dio la gracia eterna de poder reconciliarnos con Él a través del sacramento de la confesión, Y nosotros ¿qué hacemos?

Una alabanza dice: “Moriste por mi causa y mi salvación, no es justo que yo te pague con pecados y no con amor”. Qué hermoso sería que en ese momento de remordimiento, después de pecar, le dijéramos al señor estas palabras y nos comprometiéramos de corazón con Él, pues deberíamos de devolverle a Dios lo que en realidad se merece.

Un día expresaba un sacerdote salvadoreño algo muy interesante y coherente. Decía que “a Adán y a Eva Dios les prohibió comer del fruto y lo primero que hicieron fue comer; ahora Él nos invita a que comamos su carne y bebamos su sangre y no lo hacemos”, al parecer nos quedó la raíz contradictoria de nuestros primeros padres al ir en contra de la voluntad de Dios.

La misma palabra nos manifiesta el poder supremo del padre, delante de aquellos hijos a los que un día les confió grandes cosas y que no fueron fieles en los mandatos. En el libro de Samuel (12,7-10) podemos encontrar el ejemplo de perdón de los pecados de el rey David, donde el profeta Natán le dice al rey: “Dios te ha perdonado, no morirás”, después de haber matado prácticamente a Urías y quedarse con su mujer.

Yo te invito a que reflexionemos en lo que hemos hecho de nuestras vidas hasta la fecha. Pensemos por un momento de cuántas cosas Dios nos ha librado a pesar de nuestros pecados y en cuantas bendiciones nos da sin tener ningún mérito para recibirlo.

La confesión está abierta para que la reconciliación llegue a nuestras vidas y principalmente a nuestra alma. Busquemos los sacramentos y la gracia de Dios que siempre estarán a nuestro lado aunque nos olvidemos de su existencia cuando pecamos, ya que Él nunca se cansará de perdonarnos.