El ayuno agradable a Dios

Nos acercamos al tiempo de cuaresma, tiempo de reflexión, en la cual nos preparamos para los momentos más sublimes en la celebración litúrgica de la Iglesia. Nos preparamos para celebrar la Pascua del Señor; muchos cristianos se acercan a los actos litúrgicos y a los diferentes actos de piedad popular.

Siempre escuchamos “La cuaresma es tiempo de ayuno, oración y penitencia”, tres puntos fundamentales para vivir bien la cuaresma. En esta ocasión, me detendré a reflexionar sobre el ayuno.

El ayuno, en el tiempo de Cuaresma, es la expresión de nuestra solidaridad con Cristo. Nos recuerda que el hijo de Dios nos ha sido arrebatado, arrestado, encarcelado, abofeteado, flagelado, coronado de espinas, crucificado.

El ayuno debe ser desde la caridad, pues ayunar es amar. Esta penitencia que quiere Dios, sigue siendo el de compartir el pan con el hambriento; privarte no sólo de los bienes, sino de los más necesarios en favor de los que tienen menos. Significa curar a los que están enfermos de cuerpo o de espíritu, dar amor al que está solo y a todo el que se te acerca.

Por lo tanto, el verdadero ayuno no es dejar de comer, porque si se ve desde esa perspectiva estamos ahorrándonos un tiempo de comida; el ayuno es aquel que me permite despojarme para dar a otros, un acto de caridad. Lo más importante no es dejar de comer, sino hacer un verdadero sacrificio que me una a Jesucristo y lo esencial del ayuno es la conversión de nuestro egoísmo.

Que en esta cuaresma profundicemos más en el amor, pues es lo esencial en este tiempo es la conversión, es creer en el Evangelio de Jesucristo, es despojarnos del egoísmo; esto quiere decir que hay que vivir el mandamiento de amarnos los unos con los otros y esto se refleja en la caridad.

Cuando yo comparto con los demás, eso es ayuno agradable a Dios.

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