Transfiguremos nuestros corazones

Una de las celebraciones más importantes en nuestro país son las fiestas dedicadas al Divino Salvador del Mundo. En ellas se celebra, como acto conmemorativo, aquella palabra del evangelio de San Marcos 9, 2 – 3 en donde contemplamos la transfiguración del Señor Jesús y la dicha de los discípulos al ver la gloria de nuestro Salvador. Hoy es momento que tomemos como cristianos la responsabilidad de entregarnos por completo a la voluntad de Dios y de esta manera podremos contemplar su gloria.

A veces los pesares de la vida nos van alejando del amor de Dios, los problemas de nuestra vida van estrechando nuestros lazos de amor y de dependencia al Creador. No podemos ser felices aunque buscamos la manera de serlo bajo nuestros propios medios, olvidándonos por completo de la existencia de Dios en nuestras vidas.

En el portal de internet Catholic.net, leía que “La Transfiguración del Señor nos habla de la plenitud, nos habla de que no existen carencias, de que no existen limitaciones, de que no existen ausencias. Cuántas veces las ausencias de los seres queridos son tremendos motivos de tristeza y de pena. Ausencias físicas unas veces, ausencias espirituales otras; ausencias producidas por una distancia que hay en kilómetros medibles, o ausencias producidas por una distancia afectiva”.

Aunque nos parezca muy difícil permanecer en un ambiente de paz y de armonía cuando estamos rodeados de tanta criminalidad e injusticia, debemos de buscar la manera de convertirnos a la voluntad de Dios. Como cristianos y como seres humanos estamos llamados a contemplar la presencia de Dios en nuestras vidas. Así como Pedro, Santiago y Juan tuvieron la oportunidad en aquel monte de ver la gloria de Jesús, nosotros también podemos dejar nuestras penas, llanto, dolor y sufrimiento y decirle a Jesús con aquellas mismas palabras “Que bueno es estar aquí contigo”. Cristo es la única felicidad de nuestras vidas.

No veamos la transfiguración de Jesús solo como un milagro más, sino como un llamado que Jesús nos hace de cambiar nuestra manera de pensar y de vivir con los demás. Un llamado a reconciliarnos con Dios y de dejar atrás una vida llena de pecados y de dolor.

Es momento de dejar de creer que seremos felices por nuestra propia cuenta. Es momento de entregar nuestra vida y nuestra felicidad a Jesús. Hoy es tiempo para que nuestros corazones tomen una actitud amor y fidelidad a la palabra de Dios. Un tiempo para dejar a un lado nuestras penas y transfigurar nuestros corazones ante la presencia del Padre para poder gozar de su gloria.
Para poder ser felices, debemos entregarnos con un corazón puro y nuevo ante el Creador. Debemos saber entregarnos por completo al servicio de Dios y reconocer que sólo con Él podremos ser felices. Atendamos al llamado del Padre “Este es mi hijo amado; escuchadle”.

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