Gracias, Gabo

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¿Qué te puedo decir?

Decirte que te conocí cuando estaba en el colegio como una lectura obligatoria que al principio no me gustó. No entendía por qué tanto alboroto y tampoco entendí el título que, para una chica de 17 años, se me figuró bastante deprimente: Cien años de soledad. ¡Qué horror! ¿Quién quiere pasar cien años de soledad?

De este primer desencuentro algo quedó. Las mariposas amarillas jamás se me olvidaron, sobre todo porque viví este realismo mágico una mañana en La Libertad, cuando camino a la playa una oleada de mariposas amarillas cruzó el espacio como si nada.

Entonces, por curiosidad, empecé a leer de a poco tu obra y como muchos lectores me enamoré de tus maneras y tus historias. Despertaste tanto mi curiosidad que después de leer Blacamán el bueno, vendedor de milagros me puse a averiguar cuales son los efectos de una mordedura de culebra.

Y un amigo que había ido a parar a uno de esos pueblos de tus novelas nos contó cómo al llegar al lugar y solicitar los servicios de una moto el motociclista le había preguntado: “¿Quiere el transporte con perros o sin perros?”, a lo que el amigo extrañado quiso saber la diferencia. Sin perros incluía un palo que le serviría para defenderse de los perros que encontraran en el camino.

No te lo voy a negar, Gabo, tengo mis favoritos. El amor en los tiempos del cólera, Crónica de una muerte anunciada, Noticia de un secuestro y Cien años de soledad.

Gracias, Gabo. Espero que nos sigamos encontrando entre tus maravillosas historias.

 

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