Mi marciano favorito

Esta es una de esas historias que me tocan tan, pero tan en lo profundo que no se nota. No es que sea un témpano de hielo, lo que sucede es que soy de ese tipo de personas que reaccionan dos horas más tarde. No es la primera vez que me pasa, a veces es peor, ya me lo ha dicho una amiga que sabe de psicología.

Así que cuando leí que Ray Bradbury había muerto a los 91 años en Los Angeles continué con mi inspección diaria de periódicos como si nada. Fue hasta que otra amiga (que no padece de reacción tardía) puso cara de tragedia me di cuenta de lo que habíamos perdido.

De inmediato (bueno, casi de inmediato) me lancé sobre mi Fahrenheit 451 y fue como encender la máquina del tiempo (a lo Ratatouille): Allí estaba yo, todavía en el colegio, leyendo esa historia tan absurda como fascinante, ¿a quién se le ocurriría quemar libros? ¿por qué nadie hacía nada por detenerlos? Claro, quién se iba a imaginar que años más tarde los talibanes iban a hacer lo mismo y no solo con los libros.

Pero lo que más me atrapó de Fahrenheit 451 fue la locura de memorizarse un libro. Cuando a Guy Montag le van presentando a los que se han memorizado uno es genial. “Aquí estamos todos, Montag, Aristófanes, Mahatma Gandhi, Gautama Buda, Confucio, Thomas Love Peacock, Thomas Jefferson y Mr. Lincoln. Y también somos Mateo, Marco, Lucas y Juan”.

He de confesar que después intenté memorizar al menos un poema, pero ni eso. De haber vivido en la época de Fahrenheit hubiese pedido memorizar una canción de los Beatles, de esas me sé algunas. Pero puestos a fantasear, si pudiera, pediría memorizar el Nuevo Testamento, El Principito y algo de José Luis Martín Descalzo.

En fin, que a Bradbury le debemos mucha ficción. Esos viajes a Marte entre desiertos y naves espaciales de Crónicas Marcianas y sus cuentos sobre muertos con un toque de humor en Memoria de Crímenes.

Pero además de sus obras están sus consejos. Fue un autodidacta, que tuvo que pelear a base de disciplina y empeño por un lugar dentro de la literatura. Él estaba consciente que no era Chandler o Hammet, como él mismo lo admitió: “En las inmortales palabras de Brando, no podía ser un rival”. Y defendía el derecho a ser como uno es, a pesar de las burlas o las incomprensiones.

Me gustaría, a manera de epitafio, terminar con una frase dicha por él, que expresa lo verdaderamente importante por si acaso se nos olvida: “Amor. Enamórate y mantente enamorado. Escribe solamente lo que amas y ama lo que escribes. La palabra clave es amor. Tienes que levantarte en la mañana y escribir algo que ames, algo porqué vivir”.

Gracias Ray Bradbury, eres algo así como mi marciano favorito.

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Un comentario para “Mi marciano favorito”

  1. esta muy bonito el de mi marciano favorito

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