En agradecimiento a un volcán inoportuno


Nunca antes un volcán imaginario en erupción me había hecho tan feliz. Lo voy a decir sin miramientos aunque tal declaración pueda causar cierto levantamiento de cejas: No esperaba divertirme tanto con Los invitados de la princesa de Fernando Savater.

No es que no creyera en sus dotes de escritor, que ya lo ha demostrado bastante en sus anteriores obras (¿y además quién soy yo para decirlo?), pero para ser honestos, yo, a Savater lo conocía más bien por la divulgación de sus conocimientos filosóficos.

Así que cuando ví aquel libro de portada selvática adornada con un dinosaurio, un murciélago, un avión, un ciempiés y una pistola me quedé intrigada. Claro (para seguir siendo más honestos), ayudó que justo abajo quedara consignado que la obra había ganado el Premio Primavera de Novela 2012.

Como sea, corrí el riesgo (siempre se corre cuando uno se aventura a comprar un libro que nadie te ha recomendado) y lo comencé a leer.

Al principio no capté por donde iba la cosa. Ingenuamente pensé que había una princesa de verdad (es que ya no abundan) hasta que llegué al capítulo tres o cuatro, entonces dejé de esperar a la princesa, que llegara cuando ella quisiera y me sumergí con especial interés en los capítulos pares (es un decir porque no están numerados), a escuchar como quien se deja encantar por las sirenas por una serie de relatos divertidos.

Les voy a decir -sin pretender revelar mucho- que Los invitados de la princesa me recordó al Decamerón de Boccaccio y con cierta envidia, porque por un momento yo también quise estar en esa isla volcánica, atrapada sin remedio y obligada a escuchar mil y una historias por el puro gusto de escuchar historias.

Porque yo también he tenido esa loca fantasía de quedar confinada en cierto lugar alejado del mundo (playa o montaña, creo que no pido mucho) pero estratégicamente aprovisionado de todas las comodidades, con un montón de libros cuidadosamente escogidos por su servidora para dedicarme con más necedad que necesidad a leer historias solo por el puro gusto de leer historias.

Mientras llega ese día me conformo con robarle al día unos ratos que me permitan mantener viva  eso que se llama fantasía.

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