Fotograma de la película Camino Salvaje.

Una de las razones por las que me incliné al periodismo es porque -me dije a mi misma- no tendría un trabajo de escritorio que me obligaría a permanecer encerrada en una oficina. Tendría la oportunidad de salir y conocer personas y lugares todos los días. Mis días no serían aburridos. Eso me dije en aquel entonces.

No lo puedo explicar, pero creo que como todos siempre tuve el deseo de ser libre. A veces, sin que nadie se diera cuenta, abría la puerta de la casa en medio de la noche solo porque me gustaba contemplar la noche y escuchar el latido del silencio. Pensaba que se requería cierto grado de soledad para ser libre.

Todavía busco ser libre, pero en otros linderos. No desde fuera, sino como diría San Juan de la Cruz, “salir de las cosas y salir de sí mismo”.  Aunque -debo decirlo- cualquier trayecto que se realice por breve que sea se puede convertir en un trayecto vital.

En la literatura abundan los ejemplos, los caminos que se abren al principio como atractivas aventuras pero que poco a poco se transforman en un trayecto que marca la vida para siempre.

Este es un libro que no he leído aún, pero seguramente lo haré. Se llama Hacia rutas salvajes de Jon Krakauer y en el que se basó Sean Penn para escribir y dirigir la película Camino Salvaje o Into the wild en 2007. Tanto el libro como la película están basadas en la vida de Christopher Johnson McCandless, un joven que a sus 23 años dejó el mundo en busca de la tan ahnelada libertad en el territorio salvaje de Alaska.

McCandless o Alexander Supertramp, como se hacía llamar, había leído entre otros, a Jack London, Joseph Conrad y León Tolstoi. Cuando me di cuenta que ellos lo habían inspirado no he podido evitar volver a esos libros tan queridos, especialmente a London con La llamada de lo salvaje.

Creo que al final descubrí que mi deseo de libertad sigue allí y me agrada que en este viaje que se llama vida las lecturas van apareciendo como faros en un camino que se va iluminando.