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04 Jun 2009 Honor a quien lo merece

María Isabel Rodríguez

La decisión se tomó el 23 de abril, pero la noticia ha pasado prácticamente desapercibida en la prensa nacional. La nueva ministra de Salud, María Isabel Rodríguez, recibirá el próximo 12 de junio el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de El Salvador (UES). Al fin. Otras cinco universidades de México, Argentina, Perú, Guatemala y hasta de El Salvador (la UCA) ya habían visto en su currículum los suficientes méritos para reconocerla con el mismo título, pero la UES, la universidad por la que ella se desvivió, se negaba se dárselo.

Hace un par de años estuve en una reunión del Consejo Superior Universitario en la que se planteó y se votó la entrega del Honoris Causa a María Isabel. En aquella ocasión se votó en contra. Ahora, a favor. Son de esas ironías que nos depara la vida. ¿Habrá hecho algo en los dos últimos años para que cambiara de manera tan radical al opinión? En fin. Cuanto menos de curioso se puede calificar el hecho de que la persona que le dé el reconocimiento sea el rector Rufino Quezada, uno de los más férreos opositores a su gestión.

Ayer pude hablar con la doctora y fue ella quien me dio la noticia. María Isabel es una persona de la que guardo un grato recuerdo por el tiempo que compartí con ella mientras elaboraba un perfil suyo, que salió publicado en la revista Enfoques en octubre de 2007. La escuché alegre por un reconocimiento que le llega a los 86 años, pero en vida. También la escuché enérgica, vital, dispuesta a asumir el gran reto que tiene ahora entre manos: dignificar la salud pública nacional. Suerte.

19 Nov 2008 El cáncer está en el sistema
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La última semana he recorrido hospitales. El Rosales. El Divina Providencia. El del Seguro Social. El Bloom. Y el Instituto del Cáncer.

Todos tienen las camillas llenas, llenas de salvadoreños con cáncer que forman parte de las 11,000 personas que, cada año, buscan asistencia en una institución pública. El mismo cáncer que se ha convertido en la segunda causa de muertes, entre salvadoreños, tras las que deja la violencia.

De entre todos los hospitales, en el que pasé más tiempo fue el Rosales, el referente de los hospitales públicos del país. Allí, en un fila que llegaba a la acera, conocí a David, un niño de 13 años de edad, con tumor cerebral, y sin un pelo de bobo. ‘El hospital está más enfermo que yo’, me dijo mientras esperaba por quinto día consecutivo una quimioterapia inyectada.

Un día después de conocerlo, encontré a David en Emergencias del Hospital Rosales. Tuvo una recaída por madrugar tanto, postrado por unos medicamentos que de otra manera no puede conseguir. Aún tiene pendiente biopsias porque no las puede pagar. Y se recupera en medio de adultos y de indiferencias. En el Hospital Bloom, donde una ONG afirma que 7 de 10 niños con cáncer se curan, no lo reciben porque sobrepasó el límite de edad: 12 años. Ya no es un niño.

David es solo un ejemplo, muchas veces intuido, de lo que es cotidiano. Tener cáncer en El Salvador es complicado. Y lo es aún más cuando no hay más alternativas que esta, esperar, entre temores y ojalás.

Nota: el domingo me explayaré un poco más en la revista.