¿Para qué leen los periodistas?

Sala de redacción del New York Times

Sala de redacción del New York Times

Me dirás, qué fastidio, acabo de redactar cinco notas y acabé exhausto y tú quieres que me fume un libro entero solo por eso que soy periodista. No, no lo creo necesario. Yo voy a ser diferente, no pasaré por la tortura de los libros. Para eso está el maravilloso internet, que con dos palabritas me pone al día y por si fuera poco no me cuesta nada, solo hago copy paste y ya, letrado al instante. Si tengo tiempo (¿pero es que un periodista tiene tiempo?) me voy a echar un noticiero de los de la noche, pero nada más. Total, no es para tanto. ¿Para qué molestarse si ni siquiera me van a pagar más por leer?

Pues digan lo que digan se nota. Cuando escribes un titular, una nota (aunque sean puras declaraciones), un reportaje o incluso, cuando retocas un cable se nota a quien has estado leyendo y por desgracia para los lectores, que no has estado leyendo.

Porque siempre algo se te pega (y eso está bien) de tus autores favoritos. Son como esa cancioncilla que se te mete en la cabeza y no te la puedes sacar, se te pega. Y no hablemos de una notable mejoría en el vocabulario y la ortografía.

Justo cuando estás seco de ideas te refugias en Vargas Llosa o en una novela de Bryce Echenique y te salen bien las reflexiones personales. Si acabas de pasar por García Márquez o bien por Pérez-Reverte te dan ganas de usar descripciones largas casi monumentales (y hasta te documentas para hacerlas). Con Rulfo quieres experimentar frases cortas, con la Poniatowskase te sale lo social y claro, si has leído algo de Hammett te entran unas ganas por escribir diálogos cortos y certeros.

Eres lo que lees. Lo siento, es la verdad. Por eso, no te quejes si no te sale nada, si no te escurre, si te trabas. Es señal que estás desnutrido, que necesitas devorar algún libro, un buen artículo y dejar que la novedad te llene.

Se lo puedes preguntar a cualquiera porque -después de todo- somos lectores antes que escritores. ¿Quién no quisiera olvidar las aburridas clases de un profesor o el discurso del presidente? ¿Quién quisiera recordar un poema de amor, aquella frase tan interesante, esa idea tan original?

Las palabras, como dice Kapuscinski, tienen fuerza. Las palabras bien logradas hacen eco en las mentes, en los corazones y a veces consiguen cambiar la realidad. No es por nada que reaccionamos de diferente manera ante un texto mediocre con errores que ante uno que es literatura. La belleza atrae.

De mis primeros años de periodista guardo una frase que recorté de un periódico, de un autor anónimo que dice: “Un reportero debe tener los conocimientos de un enciclopedista, el buen criterio de un juez, los nervios de un cirujano, la valentía de un soldado, el tacto de un embajador, la resistencia de un campeón, la elocuencia de un poeta, la precisión de un científico atómico y la devoción y el altruismo de un sacerdote”.

Ya lo ves. Necesitamos leer de todo. Los periodistas más, porque no solo se trata de informar sino además de utilizar en toda su plenitud la palabra para que esa realidad sea transmitida lo mejor posible.

El remedio es leer poesía y cuentos infantiles para ejercitar la imaginación, reportes financieros y estadísticos para la exactitud, novelas para las descripciones y narraciones, cuentos breves para redactar notas, autobiografías para testimonios en primera persona, diccionarios para no caer en repeticiones. Incluso, otras lecturas también ayudan, como la psicología, filosofía y la historia. Por supuesto, hay que leer los periódicos nacionales e internacionales.

La lectura te informa y te forma a la vez. Leer te abre la puerta a otros mundos, a otras realidades e ideas y es, precisamente, este contacto el que le dará vida a tu vida y a tus textos. Ahora lee otra cosa.

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