El extraño caso de Valentine, la máquina de escribir

 Escribir, escribir. Parece fácil, pero obviamente (no tan obvio para todos claro está), no lo es.

Después de pensar un rato en qué escribir, de buscar un momento del día, un rinconcito perdido a salvo de molestas interrupciones, el dilema se cierra en una pregunta: ¿en qué voy a escribir?

La pregunta tiene su truco, pues no hay manera de responderla sin que algunos se queden con las ganas de cambiar de elección una vez formulada.

Y es que no es lo mismo (no sé si te has dado cuenta) escribir en la compu (como lo estoy haciendo ahorita con ese tac tac tac que no se calla ni aunque le baje todo el volumen), que hacerlo a mano, en una hoja suelta que posiblemente se perderá, en un papelito (peor) o en un cuaderno común y silvestre, de esos que después de usar te da cierto remordimiento por aquello de cuántos árboles se echaron.

Personalmente me inclino por el cuaderno. Sí, a la antigua. Siempre me parece que entre mi cuaderno de turno y yo se forja una complicidad única, una amistad a prueba de todo. Quién lo diría, apenas un par de hojitas que guardan mis secretos.

Quizá es porque mi cuaderno (y caminar con un cuaderno por la calle) me remite a mi infancia, a los días de juegos y tareas que tanto añoro especialmente en los días en que el trabajo arrecia y me hace pensar en aquella serie de televisión Criminal Minds.

Me pervierte tanto andar con mi cuaderno de arriba para abajo, que imagino que sostengo a un pájaro de 100 alas rayado o liso y que a él y solo a él le he susurrado mis pensamientos más profundos.

En todo caso, cuaderno, lapicero y libros siempre me acompañan, como si fueran mi pequeña corte compacta.

Pero cuando me veo imposibilitada a sacar a pasear al cuaderno por ahí siempre puedo escoger entre la vieja máquina de escribir y la compu.

Todavía extraño a la Valentine de apellido Olivetti que una vez tuvimos y que por esas cosas de la vida vine a comprobar que era un objeto de museo en Alemania. A la Valentine no la volví a ver (la de mi casa) pero en su memoria aquí  la muestro en su rojo esplendor.

Para saciar mi nostalgia hace mucho tiempo me compré una máquina de escribir pero el tac tac tac se me ha hecho tan insoportable (por no decir las veces que me equivoco cuando escribo) que la pobre ahora permanece olvidada.

En todo caso, a falta de compu, máquina o cuaderno (y cuando la necesidad apremia) siempre es posible echar mano de algún otro recurso, extravagante pero efectivo.

Solo diré que de todas las superficies extravagantes en las que se puede escribir es la cáscara de guineo la que tiene cierta capacidad de almacenamiento, hasta que se empieza a podrir como esos mensajes que se autodestruyen por la tele. Por supuesto, la pared es otro recurso bastante utilizado pero debido a su popularidad ya no se le considera in.

En fin, Valentine ya no está. Ahora escribiremos apretando delete varias veces, confiando un poco a la fuerza en la tecnología, la misma que esta mañana me jugó una pasada y truncó este blog.

 

 

 

 

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Un comentario para “El extraño caso de Valentine, la máquina de escribir”

  1. Lito dice:

    ¡Qué nostalgia!
    También usé la Valentine. De hecho, la misma que protagoniza esta historia. Y me tocó ver una de sus hermanas en un museo retro (40s, 50s, 60s) en Alemania. Igualita…

    Por las vueltas de la vida, mi primera y única nieta es Valentina. ¿Irá a ser escritora, como la tía?

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