Los Muros…20 Años después de Berlin

El siglo XX fue un siglo de acontecimientos nunca antes vistos por el género humano. A lo largo de 100 años la humanidad fue testigo de grandes avances en materia de desarrollo científico y tecnológico al mismo tiempo que experimentó grandes retrocesos en materia de desarrollo humano. Esto último no es una exageración, basta recordar las múltiples guerras y la privación de la vida y la libertad que millones de personas sufrieron alrededor del planeta.

Hace veinte años el mundo cambió y fuimos testigos del fin de uno de los peores episodios que jamás se hayan visto. La caída del Muro de Berlín marcó el fin de una época oscura y representó el triunfo de la libertad. Esa libertad que la noche del 9 de noviembre de 1989 brilló con todo su esplendor para iluminar las vidas de millones de seres humanos que habían padecido el peor de los crímenes: la pérdida de ese derecho natural que se nos ha dado con la vida y que nadie tiene derecho a coartar. Aquella noche del 9 de noviembre no sólo cayeron piedras y pedazos de concreto; lo que cayó fue un sistema entero, una acumulación de mentiras, abusos e ideas equivocadas. Esa noche la historia probó el fracaso del camino al que Hayek definió como camino de servidumbre.

Es importante hacer una aclaración. El Muro de Berlín no cayó sólo, fue derribado por miles de personas que después de años de represión y de batallas, triunfaron esa noche y conquistaron su libertad. Esa libertad que les había sido arrebatada por decisión arbitraria de tiranos e ingenieros sociales que se creían superiores y que decían buscar la igualdad anteponiendo la mentira sobre la verdad. El muro era un símbolo de división y aislamiento, era una barrera que atentaba contra la propia naturaleza del ser humano y de sus derechos más fundamentales.

Hace unos días leía en el diario español El País un artículo de opinión titulado: 20 años después del Muro la historia continua. El autor era ni más ni menos que Mikhail Gorbachov, líder de la Unión Soviética de 1985 a 1991. Lo que más me impresionó, además de leer la opinión de uno de los protagonistas de aquel momento, es que seguimos igual en muchos aspectos. De pronto pareciera que veinte años han transcurrido o muy rápido o muy en vano.

El mismo Gorbachov describe el muro como uno de los símbolos más vergonzosos de la guerra fría y de la peligrosa división del mundo en bloques. La ironía es que muchos de los que se empeñaron en mantener el muro de pie ahora reconocen que era un símbolo vergonzoso mientras que muchos de los que lucharon para derribarlo parecen haber olvidado el valor de la libertad.

De esa noche histórica del 9 de noviembre aprendimos muchas lecciones que hoy, a veinte años de distancia, siguen estando vigentes. Estas lecciones no han cambiado porque parece que los problemas de hoy son reflejo no sólo de un pasado muy cercano sino de la dificultad que tenemos para entender nuestra libertad.

Estamos por terminar la primera década del siglo XXI y seguimos levantando muros al mismo tiempo que no logramos derribar otros tantos. Quizás el problema actual es que como la mayoría de nuestros muros son invisibles, por eso no los entendemos, por eso no nos interesa derribarlos. El hecho de que aparentemente sean invisibles no significa que sean menos peligrosos.

Para entender porque nos pasa esto, debemos hacer conscientes nuestros errores: sólo nos importa lo que se ve, lo que es tangible. Creemos que lo más valioso en esta vida es lo más caro (económicamente hablando); confundimos nuestro valor como seres humano pensando que valemos por lo que tenemos y no por lo que somos.

¿Cuáles son esos muros invisibles que coartan hoy nuestra libertad? ¿Cuáles son esos muros que nos impiden ser felices, desarrollarnos y ser mejores? Desafortunadamente parece que no es uno sino varios muros: el muro del miedo que nos impide conocernos a nosotros mismos, el muro de la indiferencia con el otro, el muro de la apatía que nos impide ver más allá de nuestros propios ojos, el muro del conformismo que nos paraliza, el muro del egoísmo y de la corrupción que no nos dejan ser libres ni felices. Todos estos muros son obstáculos, unos más grandes que otros.

La buena noticia es que los muros no son eternos, pueden y deben ser derribados. Tal como ocurrió en Berlín veinte años atrás, la fuerza de la voluntad es más poderosa que cualquier barrera. Aprendimos que los milagros ocurren, que la fe no es tan abstracta como parece y que la libertad es una causa por la que, como dijo Don Quijote a Sancho Panza, se puede y se debe aventurar la vida.

Lech Walesa y el Papa Juan Pablo II, fueron claros con su mensaje a los polacos y a todos los que vivían detrás de la Cortina de Hierro: ¡No tengas miedo! Hoy vivimos con múltiples miedos que se convierten en muros cada vez más y más grandes. Tenemos miedo a ser auténticos, a expresarnos; miedo al riesgo, al fracaso, a las múltiples crisis: económica, de seguridad y de valores. Esos miedos son resultado de nuestros muros invisibles precisamente porque no nos conocemos.

El primer paso para derribar esos muros es conocernos a nosotros mismos y dejar de lado el miedo para vivir con esperanza. Sin embargo, la esperanza por si misma no basta si carece de acciones concretas. Acciones impulsadas por nuestra voluntad y por una firme convicción que la libertad es la mejor condición para desarrollar nuestras capacidades y para aspirar a una vida mejor.

La recompensa al derribar estos muros es realmente grande. Es precisamente la reconquista de esa libertad a la que todos tenemos derecho, y que sólo podemos mantener si asumimos la responsabilidad de las decisiones que tomamos. La historia nos ha demostrado que no basta con derribar el muro una sola vez. La batalla por la libertad es una tarea permanente.

Hoy rendimos homenaje a miles y millones de seres humanos que hace 20 años nos dieron una lección, la mayoría de ellos son héroes anónimos. De manera especial quiero mencionar a tres líderes a quienes la vida me ha dado el privilegio de conocer y cuyo testimonio de vida es y será una fuente de inspiración permanente: Su Santidad el Papa Juan Pablo II, Margaret Thatcher y Lech Walesa. Ellos no fueron los únicos pero entre otros fueron quienes inspiraron a que los que estaban dormidos despertaran, los que estaban temerosos se armaran de valor y quienes no creían que podían liberarse del yugo comunista tuvieran esperanza y lucharan.

El Muro de Berlín desapareció y quienes amamos la libertad nos sentimos felices, orgullosos e inspirados. Ahora, el reto más grande que tenemos frente a nosotros es entender que somos libres para elegir y que esa libertad no puede existir sin responsabilidad. Las lecciones ahí están, la historia nos pone en perspectiva y nos da una nueva oportunidad, la decisión es de cada uno de nosotros.

Armando Regil Velasco
Presidente del Instituto de Pensamiento Estratégico Agora (IPEA) – México

Amigo de Democracia y Desarrollo

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