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20 Nov 2009 Alharaca en Panchimalco

Desde la escuela me hablaron de Panchimalco. Me lo dibujaron en forma de iglesia colonial con santos en la fachada; o con cara de señora con atuendo indígena. Crecí viendo a Panchimalco en calendarios y hasta en toallas. Una maestra me dijo que en este pueblito radica lo que en esencia es ser salvadoreño. Escuché que era un sitio turístico. Que debía imaginarlo con telares de mano. Con palmas con flores incrustadas. Con santos antiquísimos. Que vería collares hechos con monedas antiguas. Barro y chales. Que escucharía  náhuatl.

 Hace poco fui a Panchimalco.  Tras un breve recorrido, tuve la sensación de que salvo la iglesia no veía nada más de lo mucho que me dibujaron. Tuve la sensación de que Panchimalco se limita a su iglesia. La misma que  mantiene pulcra únicamente su fachada. En su interior se exhibe el abandono y la descomposición. Incluso, más de la mitad de los santos, o tallas coloniales, han sido robados.

 Hace años que en Panchimalco no caminan mujeres con indumentarias indígenas. Ya no  hay telares de mano, ni collares con monedas. Nadie habla náhuatl. Nadie vende los famosos chales, ni barro.  Pero ese no es el problema. El problema son las incongruentes expectativas. Que los salvadoreños mantengan una eterna alharaca entorno a un solo pueblo. Es un intento superficial de buscar identidad cultural, que hoy se limita a una fachada encalada.

 Ahora que no hay mujeres nahuahablantes, debería existir un museo explicativo. Debería restaurarse el interior de la iglesia o crear un museo de arte religioso. O rescatar otras estructuras antiguas como su campanario, la iglesia del Calvario o si se quiere hasta el cementerio. O abrir al público la casa del legendario pintor José Mejía Vides. En Panchimalco no hay ni comedores,  aun así concuerdo con mi antigua maestra: en este pueblito radica lo que es ser salvadoreño. Los salvadoreños hacemos alharaca de que la cultura está aquí, pero nadie quiere compenetrarse con ella. Nadie quiere dignificarla con sensatez. Todos nos conformamos con tener fachadas de identidad cultural, aunque por dentro se estén deteriorando, o ya no existan.

21 May 2009 Los surcos de Huizúcar

La tierra que cubre medio El Salvador no es morena, sino blanquecina. Tierra Blanca Joven, o TBJ, como la llaman los geólogos. Los arqueólogos se refieren a ella como las ‘cenizas del volcán Ilopango’. Los tractoristas, en cambio, parecen ajenos a eso. Sin embargo cavan y descubren lo que ellos no…

Hace unos meses supe que a unos 9 kilómetros, lo que separa el sur de San Salvador de Huizúcar, le están metiendo maquinaria. Ambos poblados han vivido de espaldas por décadas, con la cordillera del Bálsamo de por medio. Ahora los caminos se abren de tajo al asfalto, revelando cosas. En la cumbre de la cordillera y como si fuese lasaña,  una capa ondulada de tierra oscura contrasta debajo tres metros de tierra blanca joven. Se trata de surcos de cultivo prehispánicos. Las retroexcavadoras han desnudado más de 300 metros de surcos. En la concavidad de algunos de los surcos saltan minúsculos trozos de cerámica, revueltos con piedra pómez. Si alguna vez fueron milpas, estas crecían viendo el valle de la actual capital, al norte,  y el mar Pacífico, al sur.

Surcos sobre la carretera a Huizúcar.

Pero estos surcos no son los únicos. Hace solo unos meses se descubrieron otros, en plena Zona Rosa, mientras se excavaba las bases de un nuevo complejo comercial. Cerca de allí, en Merliot, sobre un  tramo aún en construcción del bulevar Diego de Holguín, emergieron otros. Y hace cosa de menos de 10 años, sucedía lo mismo bajo el capitalino parque Saburo Hirao, Ilobasco, Nejapa y íƒâ€œpico. Los arqueólogos locales certifican que son surcos de cultivo. Hacen interpretaciones in situ, y dejan todo en manos del desarrollo urbano contemporáneo.

Con los surcos de Huizúcar, brotan las mismas preguntas.  ¿Cómo labraban la tierra los indígenas?  ¿Eran mayas o nahuas? ¿Qué tan poderosa fue la erupción del volcán Ilopango, para aumentarle tres metros a la cumbre de una sierra? ¿Habrá aún vestigios de viviendas o templos conservadas por el polvo que arrojó el Ilopango?

Según la Universidad Autónoma de México (UNAM), el volcán de Ilopango estalló cuando estas tierras eran aún mayas. Hace relativamente poco tiempo atrás. Alrededor del año 500 de nuestra era, la cristiana. La UNAM considera que la erupción fue tan formidable que disparó una nube de gas y cenizas a más de 20 kilómetros arriba, hasta la estratosfera. Que la ceniza aniquiló cualquier tipo de vida en unos 100 kilómetros a la redonda. La misma universidad baraja la posibilidad de que la ceniza del Ilopango oscureciera significativamente la atmósfera, provocando un enfriamiento en todo el mundo en el año 541. Cuentan que hasta las aguas del Nilo se congelaron.  Según los investigadores mexicanos, los hielos polares de ese año congelan fuertes cargas de azufre. Ese mismo perído de tiempo coincide con el principio del medioevo europeo y la caída de Tikal y Teotihuacan.

Con era de hielo o no,  de lo que hay certeza es que la ceniza del volcán Ilopango voló lejos. Los arqueólogos guatemaltecos aseguran que Petén tiene una capita de esa Tierra Blanca Joven. Si la recibió alrededor del año 500, Tikal aún era una importante metrópoli maya, aunque en decadencia. El arqueólogo estadounidense Robert  Dull estima que ‘los desplazados por el desastre migraron hacia el norte, posiblemente contribuyeron al crecimiento de la población del valle de Guatemala y del centro urbano de Copán, Honduras’.

Muchos arqueólogos estiman que el centro de lo que hoy es El Salvador fue un desierto de ceniza volcánica por unos 200 años. Y que la prueba de ello es Joya de Cerén.

En San Juan Opico, La Libertad, hay un sitio arqueológico llamado El Cambio. Uno que, además de tener montículos, evidencia que fue sepultado por la erupción del hoy sumergido cráter de Ilopango.  Se cree que los que huyeron de El Cambio regresaron años después para fundar a solo un par de kilómetros, lo que hoy es Joya de Cerén, las famosas ruinas de una aldea maya,  consideradas hoy Patrimonio de la Humanidad. Si estas estimaciones son ciertas. La misma gente perdió su vivienda dos veces. Una, por el Ilopango, y otra, por el contiguo volcán Caldera.  A propósito: el sitio El Cambio,  ha sido recientemente semi-destruido, con permiso de Concultura, para dar paso a otra residencial.

Habrá muchas cosas que decir. Betty Meggers, una arqueóloga estadounidense aseguraba en 1954 que el declive maya se originó por su falta de conocimientos agrícolas. Los surcos de cultivos encontrados en todo el centro de el país apuntan en otra dirección. De lo que hay certeza son dos cosas: que esta tierra ha estado poblada desde hace milenos, y que para muchos de los que ahora vivimos acá, sobre esta fértil capa de Tierra Blanca Joven, nos importa más un olote que lo que se halla bajo de ella.