HACIA LA CUNA DEL PROFETA | Parte IV: Por donde pasan

 

San Salvador, Cuscatlán, San Vicente, Usulután y San Miguel fueron los departamentos que se cruzaron en el recorrido de la primera peregrinación en el Camino de Monseñor Romero. Los peregrinos pasaron por ciudades, pueblos y cantones, y en todas partes el común denominador eran la humildad, la caridad y la generosidad hacia el prójimo.

En todo el recorrido se podían ver los altares improvisados. Muchos habían sido hechos por niños desde un día antes y esperaban con ansias la pasada de los peregrinos.

En los 157 km de la peregrinación, una de las cosas que me sorprendió mucho fue ver a las personas que se paraban a la orilla de la carretera a esperar pasar a los peregrinos; en parte por curiosidad, pero especialmente para apoyar a sus hermanos. Grupos de familias, niños, jóvenes o personas mayores… no importaban las largas horas de espera, ya que muchos habían elaborado altares improvisados, decorados con flores e imágenes de Monseñor Romero para, de esta forma, mostrar su apoyo a los caminantes. En algunos lugares ofrecían comida, agua o frutas a los peregrinos; en otros, nada, humildemente una sonrisa, un aplauso o una bendición. En donde menos había era en donde más daban.

Los que no tenían nada material que dar ofrecían sus cantos, su aplausos, bendiciones y sonrisas.

En el recorrido  me acordé de una frase de Monseñor Romero: «Ningún hombre se conoce mientras no se haya encontrado con Dios» (homilía 10-02-1980). Y me pregunté «¿y cómo se conoce a Dios?» Bueno, la respuesta la podía ver en el rostro de los niños entregando agua o algo de comer a los peregrinos, en el joven con una sonrisa dando ánimos o en la señora que desde su silla de ruedas les daba bendiciones a los que pasaban frente a su casa.

Desde ventanas o puertas, muchas personas veían a los peregrinos caminar desde muy temprano, algunos con el deseo en su corazón de unirse y peregrinar. «El otro año voy», me dijo esta señora en Apastepeque.


Y aquí se hacía palpable un mensaje que una vez dijo Monseñor Romero: «Buenas obras, corazones cristianos, verdadera justicia, caridad, eso es lo que busca Dios en la religión. Una religión de misa dominical pero de semanas injustas no agrada al Señor. Una religión de mucho rezo pero con hipocresía en el corazón no es cristiana.

El peregrino, además de caminar para fortalecer su fe, va dejando un mensaje a otros que los ven pasar.

Una iglesia que se instalara solo para estar bien, para tener mucho dinero, mucha comodidad, pero que olvidara el reclamo de las injusticias, no sería la verdadera iglesia de nuestro Divino Redentor» (homilía del 4 de diciembre de 1977, III pp. 25-26).

En el cantón La Galera,  San Vicente, luego del mediodía, con hambre y medio deshidratado, estos plátanos fritos que tenían para los peregrinos fueron los mejores que he probado en mucho tiempo.

El peregrinar en todo el camino era pesado y duro; a medida que aumentaban los kilómetros, así aumentaba el cansancio corporal. Pero al ver la entrega desinteresada de los hermanos, era ese mensaje que me reiteraba el legado que Monseñor Romero quería dejar en el pueblo salvadoreño: un país unido en hermandad, en caridad para los demás. Eso levantaba el espíritu de muchos peregrinos y los hacía olvidarse de su dolor.  

En muchos de los pueblos que pasaban, a los peregrinos siempre les decían «agarre más, sin pena», pero siempre los caminantes respondían «vienen más allá atrás. No le va a alcanzar». Pero sí alcanzaba para todos.

«La caridad ante todo. El amor al prójimo. Y aunque sea obispo o sacerdote o bautizado, si no cumple con el ejemplo del buen samaritano, si como los malos sacerdotes de la antigua ley da un rodeo para no encontrarse con el cuerpo herido, no tocar esas cosas: «prudencia, no ofendamos, más suave», entonces, hermanos, no cumplimos el mandato de Dios: rodeamos.

«Este pan se despertó con frío» me dijo esta señora en la fresca mañana en Chapeltique, San Miguel. La comunidad se había unido para dar de desayunar a los peregrinos.

¡Cuántos rodean para no encontrarse! Y cuanto más rodean, más se encuentran, porque llevan su propia conciencia que no les deja en paz mientras no enfrenten la situación. El compromiso cristiano es muy serio. Y, sobre todo, nuestro compromiso sacerdotal y episcopal nos obliga a salir al encuentro del pobre herido en el camino» (homilía del 2 de abril de 1978, IV p. 129).
Con estos mensajes pude darme cuenta de que la peregrinación no solo fue en la carretera, no fue solo en 157 km o un trayecto. Muchos, aunque no caminaron, peregrinaron desde muy temprano preparando comida, sacrificando su dinero, su tiempo y esfuerzo para ayudar a los que caminaban. Los peregrinos fueron muchos más, no solo los que caminaron. 

Qué mejor desayuno que este lleno de carbohidratos. Dos no fueron suficientes en la subida hacia Ciudad Barrios.

 

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