Luego de una noche de tormenta, el día amaneció soleado. Todo estaba mojado y aprovechamos los primeros rayos de sol para secar la tienda de campaña. Era un día hermoso pero frío; con el sol, la mañana era perfecta. Debíamos secar todo si nos queríamos ahorrar un par de libras de peso con la tienda de campaña húmeda.
Bueno, había que disfrutar lo fresco del día porque ahora comenzaba el descenso hacia lo más caliente de la ruta: la costa salvadoreña. Luego de un desayuno con avena y guineos, semillas y mucha agua, empacamos todo y nos dispusimos a comenzar a descender. Pero antes, para hacer la digestión, dimos una caminata por el parque de montaña La Casa Cristal.
El lugar es muy bonito: naturaleza por doquier con unas vistas espectaculares. Al estar ubicado en un valle, está rodeado de los tres lugares más importantes en la zona: al norte, el volcán de Santa Ana; al sur, el volcán de Izalco y al este, el Cerro Verde. Así que hay mucho que ver. Lo ideal sería traer una manta, acostarse en la grama y disfrutar del clima y los paisajes.
Este parque de montaña es administrado por los miembros de la cooperativa San Isidro, ubicada a unos 18 km del lugar. Hacen un buen trabajo, porque las instalaciones están en buenas condiciones, aseadas y cuidadas.
Cuentan con cabañas para alojarse, pero como es un lugar de campo, no espere que las habitaciones sean cinco estrellas; son bastante básicas: una cama y una sábana, por lo que es necesario traer sus propios cobertores o bolsa de dormir, porque el frío cala duro en la madrugada. Como consejo, lo mejor es acampar; de esta forma se tendrá un mejor contacto con la naturaleza.
El lugar ofrece un espacio ideal para la relajación, aunque, como es común siempre en lugares de campamento, hay algunos campistas a los que la fiesta los llama y se pasan rompiendo la tranquilidad del lugar. Creo que al ser un lugar de turismo privado y no gubernamental se podría controlar mejor este tipo de situaciones y lograr la paz y la tranquilidad que muchos buscan en la naturaleza. Por eso prefiero los lugares de acampada con poca gente o sin ninguna.
En el lugar existe una cafetería que sirve comidas y tiene ventas de golosinas y bebidas. De igual forma, es mejor llevar su propia comida, pues en el lugar existen sitios donde se puede encender fogatas para cocinar. Hay agua potable. Los servicios sanitarios valen $0.25 y $1.00 por utilizar las duchas.
Las cabañas familiares (dos habitaciones, sala pequeña y dos camas) cuestan $40. Las cabañas pequeñas (con una cama, una mesa y cuatro sillas) cuestan $15. La cabaña familiar especial (tres habitaciones, cinco camas, sala, baño y está equipada con cocina) cuesta $65, y $2 por persona la entrada general o por acampar, con derecho a ver las estrellas y sentir la sencilla vida que nos ofrece la naturaleza. Para reservaciones pueden llamar al tel.: 2483-4713.
Descenso espectacular
Lo que el día anterior fue un duro ascenso de 12 km, este día se convirtió en un descenso espectacular. Aunque la carretera hay que tomarla con cuidado, pues está llena de agujeros y grava.
Un mal movimiento puede significar una dura caída, así que lo mejor es no emocionarse y tomarla con cuidado. Pero las vistas del lago de Coatepeque y el bosque desde la carretera son ese condimento que hizo que este descenso fuera uno de los mejores que he tenido en varias rutas.
El trayecto continúa en la carretera RN10 y finaliza en el desvío hacia la carretera de Sonsonate. Aquí el tráfico comienza a ser complicado y hay que estar más alerta, ya que la carretera tiene un hombro que está destruido y lleno de pedazos de llantas con alambres que son un problema para los ciclistas.
¿Pedalear en la carretera? No lo recomiendo, prefiero pedalear en el hombro y reparar las llantas que tener a los tráileres y buses pasándome cerca. En este tramo Guillermo tuvo cuatro ponchaduras de llantas y yo una. Es una carretera bastante complicada para pedalear.
Un tramo que teníamos que haber hecho en dos horas y media se prolongó por cinco horas entre reparar llantas y pedalear con cuidado. Llegamos a Izalco a la 1:30 de la tarde. Es aquí donde se quedaría Guillermo y regresaría a San Salvador con una llanta pinchada y una experiencia vivida.
«Aquí me despido con otra ponchadura. Solo desearle lo mejor lo del viaje a Aurelio. Solo veo dónde reparar la llanta y me regreso a San Salvador», comenta Guillermo a manera de despedida. Estamos seguros que, a pesar de que la ruta fue pesada, ha quedado atrapado por el cicloturismo.
Es que pedalear grandes distancias solamente propulsado por nuestra propia energía es algo que nos atrapa. Nos muestra no solo nuestra capacidad física, sino también nuestra fuerza interior. Vencemos miedos y dudas. Siempre he dicho que el cicloturismo es más mental que físico. En lo personal, luego de haber hecho varios tours en solitario, esta fue la primera vez que viajo con un compañero de ruta. Considero que ambas formas tienen sus pros y contras, pero tener a alguien con quien hablar en el camino ha sido una gran bendición en esta ocasión. Algunas veces, cuando viajo solo, me cuento chistes malos a mí mismo y tengo que reír de ellos. No es nada gracioso.
El perro y el gallo
En Izalco literalmente estábamos a la mitad del viaje y de aquí nos quedan 45.5 km. Es tarde y para hacer esta distancia tranquilamente necesitamos unas cuatro horas de luz de día. A pesar de que el tramo es plano, hay un par de cuestas antes de llegar a Mizata.
El calor es un factor que hay que tomar muy en cuenta; hemos dejado atrás el rico clima de montaña y aquí estamos ya con temperaturas de 44ºC. La carretera de Sonsonate hasta el desvío a la carretera del Litoral está recién terminada. Una vía de concreto de cuatro carriles con un hombro bastante amplio que permite pedalear tranquilamente, bueno, siempre con un ojo atento al tráfico que viene desde atrás. En el desvío del «Kilo 5», como es conocido al punto donde se toma la carretera del Litoral, todo va bien.
Ahí me detuve a recargar agua y me encontré a un perro y un gato muy peculiares, ambos ariscos al principio, pero cuando comencé a compartir mi comida con ellos se hicieron mis amigos. Al gallo lo bauticé como Claudio y al perro, Timoteo, ¿Por qué? Esos nombres se me ocurrieron.
Desde aquí se comienza a pedalear sobre una carretera de dos carriles en donde los hombros están en mal estado. El tráfico no es tan pesado y permite subirse a la carretera, que en algunos tramos también está igual que los hombros, llenas de hoyos. Es hasta un par de kilómetros después de Metalío que han recarpeteado la carretera.
Al lugar de los leones
Nuestra meta es llegar a Mizata, que en náhuatl significa «lugar en el río de los leones». Parecía cerca, y aunque llevamos buen tiempo, otra llanta ponchada nos retrasaría un poco. Esto me recuerda que es importante que cuando planifiquen sus rutas lo hagan estableciendo las distancias a recorrer dependiendo de las condiciones del terreno.
Por ejemplo: un recorrido de 50 km en un terreno plano se puede recorrer en un tiempo menor que si la ruta tiene una escalada de una montaña o varias pendientes, por tanto, se deben planificar su recorridos cuidando esos detalles y dejando un margen de tiempo de reserva por cualquier desperfecto mecánico o imprevisto en la carretera.
Esta zona del país fue una en las cuales hubo asentamientos de pueblos yaquis o pipiles. El terreno es ideal para la siembra y sus raíces todavía se hacen sentir en los nombres de los ríos y pueblos.
Antes de salir del departamento de Sonsonate nos encontramos con un río con un nombre muy peculiar: Tapahuashusha, que en náhuatl significa “río de arenas y cañas”. Este río nace arriba de Santa Isabel Ishuatán y recorre hasta el mar. Desde aquí estamos cerca de la línea divisoria de los departamentos de Sonsonate y La Libertad. Mizata está a unos 9 km. Como siempre he dicho: los kilómetros finales siempre son los tramos más largos.
Soñando con la pizza
Durante las pedaleadas siempre nos ponemos metas o incentivos para llegar al destino o subir una cuesta. En este caso, desde la planificación de la ruta vimos que en Mizata hay una pizzería que se llama Sea Garden. Nuestra meta del día era comernos una de estas deliciosas pizzas y cada kilómetro que avanzábamos o cuando estábamos cansados, pensábamos en esa deliciosa cena.
Llegamos a Mizata a las 5:30 de la tarde y debíamos buscar un lugar donde acampar antes de que anocheciera. La referencia que nos dieron era un predio cercado en un cocal a unos 30 metros de la playa, en la lotificación Santa Lucía. El lugar se llamaba Buena Onda Surf Mission, pero es mejor conocido como el terreno de Miguel Vega, su propietario. El lugar es ideal para acampar o poner una hamaca. Está cercado, tiene agua potable y servicios sanitarios. Acampar vale $5 la noche.
Luego de colocar nuestra hamaca, no dijo don Miguel que ya era muy tarde para la pizza. El restaurante cerraba a las 5 de la tarde. La deseada pizza que por kilómetros había soñado se tuvo que transformar en una cena de espagueti con salsa de tomate y frijoles parados.
Bueno, siempre tuvimos la bendición de tener una cena caliente y un lugar donde dormir; no nos podemos quejar. Cada día trae su propio afán y su recompensa. El de este día era un sueño tranquilo, con clima agradable y sin lluvia. Ya esto era una ganancia. Mañana comeremos pizza.