Napolitano, el azadón

 

 

Janet Napolitano

Janet Napolitano

Se va la Secretaria de Seguridad Interna de los Estados Unidos. Hace un mes le dijo a su jefe, el presidente Barack Obama, que aceptaría la oferta que la había hecho California de dirigir su sistema estatal de universidades.

La de Napolitano, vista desde la óptica latina, fue una gestión con dos caras en principio contradictorias.

La Secretaria ejecutó una de las políticas menos humanas de la administración Obama, la de las deportaciones. Pero también es verdad que Napolitano, ex gobernadora de Arizona, trató de matizar las repatriaciones al permitir, por ejemplo, amnistías prácticas para menores de edad y al firmar, el 15 de junio de 2012, el memo que dio vida a la “Deferred Action for Childhood Arrivals” o DACA, el beneficio migratorio que, al 7 de junio de este año evitó que 365,237 jóvenes indocumentados, 14,048 salvadoreños entre ellos, fuesen deportados, que tengan ahora un permiso de trabajo y la posibilidad de acceder a créditos universitarios en algunos estados.

Las primeras reacciones que acompañaron la salida de Napolitano de DHS dicen mucho.

Las organizaciones pro-migratorias más liberales la acusan de ser anti-inmigrante porque bajo su gestión deportó a la mayor cantidad de personas en la historia de Estados Unidos. Eso es cierto: 1,545,894 personas entre 2009 y 2012 según los datos de USCIS, dependencia de DHS.

Cuadro de deportaciones de ICE, a agosto 2012

Cuadro de deportaciones de ICE, a agosto 2012

La derecha republicana más conservadora tampoco la quiere: la acusa, en realidad con poco fundamento estadístico, de gestionar una frontera débil en el sur. Obama, su jefe, y el partido demócrata, la alaban públicamente como una funcionaria eficiente. Efectiva.

De Napolitano puede decirse esto: sin ella, sin su ejecución en la frontera, la reforma migratoria que aún se cocina en el congreso no sería una realidad política.

Barack Obama y sus asesores sabían, incluso antes de que la reelección diera fuerza a la mera posibilidad de reforma gracias a la “performance” del voto latino, que cualquier trato legislativo que contemplase la legalización de indocumentados pasaba por entregar a los conservador un robusto escenario de seguridad fronteriza; y eso, en esencia, se resumía en deportaciones.

Para la administración Obama, sin embargo, era un juego complicado. ¿Él, el primer presidente no-blanco, adalid de las minorías en el imaginario liberal, etiquetado como el mayor repatriador de la historia? Al despacho masivo de aviones cargados con “sin papeles” hacia el sur la Casa Blanca debía añadir, sin duda, “medidas discrecionales”, opciones de políticas públicas de impacto que pudiesen aplicarse rápido, sin pasar por un congreso dominado por los republicanos. La respuesta fue el DACA. Y Napolitano la ejecutora de las dos caras de la misma moneda: imposible quedar bien con Dios y con el diablo.

Lo cierto, como escribí arriba, es que la secretaria fue eficiente en las dos cosas. Deportó a más gente que cualquier antecesor y, con esos números, se sentó este año en el Senado a decir que sí, que la frontera estaba segura ya. Pero también hizo eficiente el programa DACA, la única alternativa real de legalización, aunque es temporal, para jóvenes indocumentados; era eso o el desierto: el DREAM ACT lleva 12 años trabado en el congreso.

El DACA fue, es cierto, un respiro político para Obama y, al decir de algunos analistas, el empujón final para amarrar el abrumador apoyo de los latinos en las urnas en noviembre del año pasado. Al respecto, un estudiante salvadoreño indocumentado me dijo pocos días después de que el DACA se hizo público: “¿Qué es político? Y que me importa. Claro que es político. Y dónde has visto que algún político haga algo gratis. Lo que te puedo decir es que a mí esto me va a cambiar la vida”.

En corto: los únicos beneficios migratorios de los que ahora gozan los latinos los ejecutó la gestión de Janet Napolitano. Y las deportaciones masivas, con toda su abrumadora barbarie, con su atroz premisa de eficiencia tras la que apenas se alcanzan a conocer miles de historias de familias destruidas, eran la única moneda de cambio posible para la legalización de 11 millones de personas que ya viven allende el río (aún no sabemos si el trueque funcionará). Atroz, sí, pero así la “realpolitik” en Washington.

Janet Napolitano fue el azadón que preparó la tierra para la semilla de la reforma migratoria que ya sembraron 8 senadores. El árbol que nacerá, si nace, no olerá ni se verá bien para todos, pero será el único posible. Si nace. Los más conservadores en el partido republicano quieren otra versión del cuento: ahogar la semilla y anegar la tierra para, de toda la fórmula, quedarse solo con las deportaciones.

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