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27 Oct 2009 El poder de las palabras

 

í¢â‚¬Å“A mis 12 años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: «¡Cuidado!»

El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?» Ese día lo supe.í¢â‚¬Â

Así empezó Gabriel García Márquez, afamado escritor colombiano, su discurso í¢â‚¬Å“Botella al mar para el dios de las palabrasí¢â‚¬Â. En la coyuntura de este país, estos párrafos caen como profecías. Y no para salvarnos, sino que para condenarnos. Porque jamás ese poder de las palabras se ha precipitado con tanta furia como aquel día en que ellas se cargaron de amenaza y esparcieron miedo en una población demasiado sensible ya a las historias de terror.

Calles casi desiertas, supermercados cerrados, clases suspendidas y ansiedad enfermiza por llegar a casa fue lo que se vivió. Lo de citar a García Márquez no obedece solo a su magistral discurso. Las escenas que se registraron ese día a causa de un correo electrónico tienen todos los ingredientes del realismo mágico, moviento literario del que el colombiano es uno de los máximos exponentes.

Es tan así, que si ese correo hubiera dicho que podemos volar envueltos en sábanas, al mejor estilo de Amaranta en Cien años de soledad, ¿lo habríamos creído? Quien sabe, en estos tiempos en los que  grupos delincuenciales como las pandillas pueden publicar un comunicado en un periódico que se dice serio, cualquier cosa es posible. Cualquier cosa.

 Y como dicen, éramos muchos y parió la abuela. No bien acababa de ingresar a mi cuenta de correo el lunes, cuando me encuentro con que la Sombra Negra, asesinos autoproclamados héroes, se han arrogado el derecho de usar las palabras para decirnos a los salvadoreños que van implementar una especie de saneamiento, un exterminio de delincuentes. Como si no hubiéramos sacado tanto ojo, que no quedan más para cumplir con la ley del Talión.

 Y así iba yo por la semana, entre sorprendida y aterrada con el poder de las palabras. Agobiada porque resulta que esas mismas de las que García Márquez habló tan bien, han caído como plomos en esta sociedad que exuda horrores. Así iba, hasta que un día, a punto de dejar de mi casa, escuché algo que me hizo explotar el corazón:  í¢â‚¬Å“mmmaaa, mmmaaaí¢â‚¬Â, dijo mi hijo en medio de balbuceos motivados por algo tan básico como el hambre.

 Pasado mi alboroto, mi celebración y mi orgullo, reflexioné. Y entonces no pude dejar de pensar en la pregunta del cura: «¿Ya vio lo que es el poder de la palabra?». Yo le respondería que sí. Una sola, a medio decir, ha sido capaz de inyectarme esperanza, aun cuando mil más me hayan hablado de muerte.