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Pan para el mundo

Degustemos el evangelio según San Juan 6,41-51.
Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y decían: “¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: ‘Yo he bajado del cielo’?” Jesús tomó la palabra y les dijo: “No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Palabra del Señor, gloria y honor a ti Señor Jesús.
Los misterios de Dios se manifiestan en las realidades de la vida diaria. La sed y el hambre, el deseo y la necesidad configuran las realidades más íntimas e imponentes de la existencia humana. Los profetas bíblicos y el mismo Jesús comprendieron cómo esas realidades tan profundamente humanas, tan básicas e instintivas, nos pueden conducir hasta Dios o apartar de Él. El hambre, la sed y el cansancio merman las fuerzas de Elías, prueba de los cuarenta días y alcanzar su meta. Las necesidades humanas básicas parecen imponerse sobre las grandes aspiraciones, pero, cuando el alimento viene de Dios, todo entra en una nueva perspectiva. El profeta actúa en beneficio de todo el pueblo y no sólo en beneficio propio, como lo haría cualquier hombre. En nuestra condición de cristianos actuamos al mismo tiempo como personas comunes y como profetas. Como gente común estamos obligados a luchar por la sobrevivencia; como profetas, estamos llamados a dar un significado nuevo a esas luchas. El trabajo, entonces, ya no es solo un medio de vida, sino un camino de dignificación y justica.
El alimento no es solo una fuente de energía, sino un momento de encuentro con el Dios de la vida, que se hace pan nuestro de cada día, en la persona de Jesús.
El evangelio nos invita a hacer de la presencia de Jesús en nuestra vida el pan diario y necesario; sustento, vigor y también gracia. Pues, como dice el salmo, a Dios no lo imaginamos, sino que lo degustamos y lo vemos en cada acción nuestra que planta las semillas de esa nueva realidad que es el Reino de Dios. Jesús se hace pan para nosotros y, nosotros, como seguidores e imitadores de Él, también nos hacemos alimento y sustento para nuestra propia comunidad y para el mundo. Como discípulos de Jesús podemos saborear la presencia de Idos en nuestra vida diaria. Desde las primeras luces que anuncian las posibilidades del nuevo día, hasta la comida compartida en familia que evidencia una nueva comunión posible con toda la humanidad. Aunque la nueva realidad aparezca en germen, como ocurre con la semilla de una nueva planta y aunque la montaña se vea hermosa y distante, cada pequeño gesto de la vida cotidiana es una invitación a degustar en profundidad la oferta que Dios nos hace.