Archivo para diciembre 3rd, 2008

03 Dic 2008 ‘Quiero que publiquen mi historia’
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Por más que lo busqué no lo encontré. Era el papel en el que hace unas semanas anoté la historia que me contó un hombre que habló por teléfono a la redacción. ‘Quiero que publiquen mi historia’, dijo. Y esto es lo que me relató. Su relato no se publicará en papel, pero tal vez sí en el blog. ¿Por qué? Para compartir con ustedes algunas de las historias que llegan acá.

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Sucedió en la década de los ’80, en Guazapa, departamento de San Salvador. Recién cumplía 18 años, trabajaba en un taller mecánico, y con el poco dinero que ganaba ayudaba a sostener a su familia. Un día despertó, se miró en el espejo y como si se tratara del personaje kafkiano en ‘Metamorfosis’, ya no se reconoció a sí mismo, sino que a un peludo y horrible simio. El susto fue inmenso. El joven, bauticémoslo como K, imploró a Dios para que le brindara alguna explicación del fenómeno que lo había convertido en uno de sus ancestros. El simio en el espejo le habló:

í¢â‚¬â€Este es un castigo de Dios.

í¢â‚¬â€¿Por qué?

í¢â‚¬â€Porque mucho semen derramás.

K se masturbaba hasta ocho veces al día. ‘Y ese fue el castigo con el que Dios me castigó porque es vida lo que uno bota’. Imploró piedad al Cielo para devolverlo a su estado natural pero K no recibió respuesta. Los únicos que podían ver su semblante de primate eran los perros, los bebés y niños. El resto lo veía como ese muchacho trabajador del taller. Otro día, mientras dormía, una luz inundó su habitación. K creyó que era humano de nuevo. Se miró en el espejo pero lo que vio fue una sucesión de figuras: dragones, caballos, reptiles… K solo escuchaba una voz que le insistía en arrepentirse de sus pecados, y él, a pies juntillas, respondía que más arrepentido no podía estar. Pero la sinceridad de K no bastó. Y así, cada día, K pasó convirtiéndose en un ser distinto cada vez, visible únicamente a los canes y a los recién nacidos… hasta que un día lleno de lágrimas, cinco años después, la transformación llegó.

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Cuando el señor K llamó a esta redacción, anoté sus datos en un papel y al colgar me apresuré a anotar los detalles.

Si hay algo que reconocerle al señor K es que su historia es buena materia prima porque, como dice el argentino Martín Martín Caparrós, la crónica relata lo que le sucede al ciudadano de a pie para mostrárselo a sus similares. Y de eso se diferencia de la nota informativa que a diario informa de lo que le sucede a un pequeño grupo de personas. La crónica es más inclusiva, intenta mostrar la vida de todos, de cualquiera, dice Caparrós.

Pero la de K es una historia inverosímil. Amable, le pregunté si podía probar lo que contaba, dijo que no, pero se defendió diciendo que estaba dispuesto a dar más detalles si lo visitábamos en su casa. ‘Quiero que publique mi historia’, replicó una vez más. Yo le mentí. Me despedí diciéndole que quizá le llamaríamos.

Me gustaría pensar que el intento de K de figurar en la revista fue más bien un intento por demostrarle al mundo que no solo con la violencia, la tragedia o el drama el ciudadano común, de a pie, -como K- puede lograrse un espacio o una simple mención en la información que transmiten los medios de comunicación. Pero claro, una cosa es llegar a comprobar una historia fantástica y otra es querer sorprender a los comunicadores. Y, al menos esta vez, el intento de soprender al periodista fue evidente… Quién sabe cuántas veces mi credulidad ha sido presa de otras historias -políticas, económicas o judiciales- igual de fantásticas. Espero que no tantas.