Archivo para enero 14th, 2009

14 Ene 2009 La crónica e internet
 |  Categoría: Reflexiones  | Tags: , ,  | 2 comentarios

Si algo caracteriza a Séptimo Sentido es la longitud de sus textos. Raro es que uno baje de las 3,000 palabras, cuando en las páginas de La Prensa Gráfica rarísimo es que una nota supere las 800. Desde sus inicios la revista le apostó a los relatos extensos, prescindiendo de las notas secundarias o terceras, los recuadritos, las frasecitas o los numeritos que llenan las páginas de los diarios de todo el mundo. Séptimo Sentido le apostó a la crónica, y la buena crónica exige espacio. Ahora bien, cuando se transita por este terreno es fácil tropezar, sobre todo en un país con tan escasa tradición periodística de calidad. Para un aspirante al calificativo de cronista es tentador recrearse en las licencias del género: abusar del yo omnipresente o del texto alargado sin historia que lo respalde. Son pecados que con más frecuencia de la deseada se siguen cometiendo en esta revista y que, créanme, no son tan sencillos de extirpar.

Daniel Titinger

¿A qué viene todo esto? Leí hace unos días una reflexión de Daniel Titinger en su blog que quiero compartir con ustedes. En ella, el reconocido cronista peruano habla sobre la tensa relación entre la crónica e internet, dos mundos que a primera vista son irreconciliables. Uno exigiendo tiempo al lector y espacio; y el otro, dosificando -banalizando- cada vez más la información. Al lector asiduo de la revista no le resultará del todo extraño el nombre de Daniel Titinger. En la treintena de números de Séptimo Sentido publicados, han cabido dos temas suyos. Uno trataba sobre el fútbol en Surinam y el otro sobre la relación entre peruanos y chilenos, canalizada a través del Huáscar, un barco de guerra del siglo XIX.

Les dejo con su reflexión.

El periodismo literario se vuelve cada vez más literario y menos periodismo. En un exceso de retórica para envolver pescado los diarios y revistas presentan como crónica cualquier texto soporífero que empieza así: «Era una noche fríaí¢â‚¬Â¦», y la noche, sin querer, le hace sombra a la crónica. Llenar de adjetivos una frase y decir yo, me, mi, conmigo, parece la fórmula secreta del nuevo periodismo que enseñan las universidades, y más sabe el alumno que más barroco se pone.

En la prehistoria del periodismo narrativo los dinosaurios poblaban la Tierra y las técnicas literarias se usaban como fuegos artificiales en una página en blanco. La moda í¢â‚¬â€œaquí tambiéní¢â‚¬â€œ es cíclica y como planta venenosa ataca las raíces. Y lo hace mal. Porque el viejo nuevo periodismo se lee y se relee con placer y el nuevo nuevo periodismo í¢â‚¬â€œapodado boom en América Latinaí¢â‚¬â€œ no sé en verdad ni qué es. Un muchacho de veintitrés años quiere ser Tom Wolfe elevado al cubo. Pero nunca leyó a Rodolfo Walsh. Y yo preferiría que fuera la cuarta parte de Walsh. Nuestra razón de ser, la información, parece un asunto de tercera fila. Si los colmillos de la modernidad nos cogen en ese estado, ay del periodismo literario.

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El mundo de ahora se mide en pulgadas y se accede a él a través una wiki. Creemos que el tiempo avanza más rápido, pero los minutos de mi abuelo también duraban sesenta segundos: lo que avanza más rápido es la información. El pasado que se desvanece en tu computadora sigue ocurriendo en la calle. La tragedia es que salimos a la calle armados de pantallas en nuestros bolsillos, y eso es todo lo que vemos.

Las pantallas nos anuncian cosas cada segundo: todo es información frente a tus ojos y terminas el día con tantos datos nuevos que con suerte recuerdas tu nombre; es decir, tu email. Mientras el periodismo diario siga haciendo de notaría de esa realidad, los periódicos saldrán de la imprenta rumbo al museo de historia. El periodismo literario, o el periodismo narrativo, mejor, debe convertir esa información en conocimiento: el por qué antes que el qué. Y eso vale tanto para la escritura como para el génesis de una crónica: por qué escribes lo que escribes. Una idea te diferenciará de una máquina que en veinte años será capaz de llorar. Si el cronista usa la información para descubrir, iluminar y sorprender, no habrá medio digital que pueda contra eso.

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Sucede hoy en la prensa escrita lo que seguro sucederá en los monitores del mañana: si tenemos información, buenas ideas, pero no hay una gran historia detrás, ay del periodismo literario. La inmortalidad del papel depende tanto de las buenas historias como de la tala de árboles, pero el e-book, el audiolibro, el blog, y todas las tecnologías que vengan serán igual de insoportables con textos periodísticos que no digan nada. A qué se le teme, ¿al futuro o a nuestra incapacidad de meter las narices en la vida real de la gente real? ¿De qué escribimos? ¿Para qué escribimos? Si alguien no soporta lo que hacemos, pasará la página o hará clic o cambiará de canal o apagará la radio, y todas esas acciones son y serán, en el fondo, la misma.

Pero los jóvenes no leen. Al menos es lo que se dice. Lo real, supongo, es que los jóvenes no leen lo que les aburre. Obvio. Nadie lo hace: en mi mesa de noche hay al menos dos libros agonizando con un marcador en la página treinta y tantos. Pasa con toda la literatura í¢â‚¬â€œnovelas, poesía, periodismo, ensayo, etcéteraí¢â‚¬â€œ: cada vez se imprimen más libros y cada día se queman más libros que jamás se vendieron. Tengo una buena historia. Tengo una gran idea. Tengo una investigación impecable. No tengo lectores. ¿Para quién escribo, entonces? El lector, estimado lector, ya no es el mismo de antes: prefiere una carita amarilla y feliz a escribir estoy feliz.

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El periodismo literario tendrá que acostumbrarse y reacomodarse en el nuevo mundo. Si antes se descubrió con asombro la penicilina, la luz y las técnicas literarias en la no-ficción, hoy es tiempo de pensar en la tecnología al servicio de la crónica. Hay cronistas que publican sus historias en internet y añaden audios, videos, links. Hay cronistas que aseguran que la verdadera historia la cuentan quienes comentan en sus blogs, y el texto debe leerse desde el título hasta el último comentario. Dije leerse. ¿Qué pasará luego? No lo sé. Pero la única profecía es que las modas son cíclicas y algún día un muchacho de veintitrés años dirá que quiere escribir de Nueva York como José Martí, o ser la cuarta parte de Walsh, mientras otro se pondrá a escribir í¢â‚¬â€œdije escribirí¢â‚¬â€œ y colgará para siempre los absurdos emoticones.