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Mujer y hombre los creó

La familia es un don precioso que forma parte del plan de Dios para que todas las personas puedan nacer y desarrollarse en una comunidad de amor, ser buenos hijos de Dios en este mundo y participar en la vida futura del Reino de los Cielos.

 

Actualmente, nuestra sociedad convulsiona porque las personas se dejan llevar por falsas morales y acomodan su forma de vida a lo más fácil (relativismo moral) Muchas de estas prácticas, paulatinamente, deforman la conciencia a tal punto que vemos normal el pecado.

 

Una de estas prácticas y un tema que está dando mucho de que hablar, en nuestro país como en el mundo entero, es el de la unión matrimonial entre personas del mismo sexo y la adopción de niños por parte de los mismos.

 

Los cambios culturales de las últimas décadas han influido fuertemente en el concepto tradicional de la familia, pues con estas uniones deforman su naturaleza divina. Sin embargo, a pesar de estas nuevas concepciones, la familia sigue siendo una institución natural dotada de una extraordinaria vitalidad y fortaleza celestial.

 

Al respecto de las uniones entre personas del mismo sexo, mi posición como sacerdote es la de la Iglesia en materia de doctrina, fe y buenas costumbres. El matrimonio es la unión estable entre un hombre y una mujer, así creados, unión natural y  querida por Dios para generar la vida en el amor conyugal.

 

Dicha posición tiene su base en la misma Sagrada Escritura. Ya que Dios desde la creación misma los concibió en su sabiduría infinita como hombre y mujer, los bendijo y les mandó crecer y multiplicarse para poblar la tierra (cf. Gen 1,27). Y para que esto fuera posible de un modo verdaderamente humano, Dios mandó que el hombre y la mujer se unieran para formar la comunidad de vida y amor que es el matrimonio (cf. Gn 2,19-24).

 

Partiendo de este argumento, la unión entre un hombre  con otro hombre o una mujer con otra mujer no puede generar vida de ninguna manera y rompe el Plan Divino de Dios para su pueblo que dice: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”, Gn 2,24. Es como si quisiéramos que la multiplicación uno por cero dé otro resultado que sería totalmente irreal.

 

 

En definitiva, nuestra responsabilidad como cristianos es esforzarnos por vivir en nuestras familias las enseñanzas del Evangelio, con autenticidad, y esto no margina ni vulnera los derechos de nadie, al contrario nos vuelve más conscientes que cada hombre y mujer es responsable de una manera u otra de la sociedad en la que vive, y por tanto de la institución familiar, que es su fundamento. Los casados, deben responder para que la familia que han formado sea según el designio de Dios; los que permanecen solteros, deben cuidar de aquella en que nacieron. Los jóvenes y adolescentes tienen una particular responsabilidad de prepararse para construir establemente su futura familia.

 

 

Que Dios bendiga las familias y aquellos que luchan por preservarla.

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