AMORES EN TIEMPOS DE FACEBOOK

William Clark lo conocí hace unos meses. Estaba sentado frente a mí en aquel ambiente de tedio y maletas en una sala de abordaje del gigantesco aeropuerto internacional de Miami. Alto, pelirrojo, ojillos pequeños y azules, pecoso, flaco y desgarbado. Vestía con camisa a cuadros color rojo, jean desteñido y zapatos casuales gastados. Sus ademanes eran nerviosos.

Apestaba a tabaco rancio y grajo. Parecía uno de esos gringos idealistas que suelen alistarse en cualquier causa que les parezca justa en cualquier rincón del mundo.

Se me acercó para preguntarme algo sobre la novela que yo estaba leyendo: “La fiesta del chivo”. Me dijo que Vargas Llosa era su escritor latinoamericano favorito y que precisamente iba a Perú a casarse con una peruana. Me contó que mantenía una relación con ella por Internet desde hacía ocho meses, pero que aún no la conocía en persona. Habían intercambiado fotos y hablado por teléfono. Pero aún no se conocían físicamente. “Sin embargo sé que es mi alma gemela”, me dijo mientras buscaba ansioso en la bolsa de la camisa un cigarrillo que nunca alcanzaría a fumar en aquella sala de prohibiciones.

El hombre, un viudo con dos hijos adolescentes, estaba realmente emocionado. Lo escuché durante casi una hora hablar sobre su proyecto de trasladarse a las afueras de Iquitos, donde con su flamante esposa, una divorciada que lucía regordeta y bonachona en las fotografías que me mostró, cultivarían hortalizas y criarían pollos, como una versión amazónica de la familia Ingalls. Cuando nos despedimos intercambiamos correos electrónicos y prometió contarme sobre la inminente boda.

Efectivamente unos meses después William me escribió. Me dijo que era un hombre feliz. Los dos hijos de él y uno de ella se habían adaptado a la nueva vida. En el par de fotos que me envió aparecía una pareja radiante en pleno casorio civil y en la otra, William saludando desde un tractor en labores de agricultura. Desde entonces no he vuelto a saber de ellos. Ojalá sigan siendo felices.

Pero según he leído la mayoría de los amores virtuales no tienen un desenlace tan feliz. En 2006 Megan Meier, una adolescente de 13 años, se ahorcó en su habitación tras sufrir un doloroso engaño por parte de Lori Drew, una mujer cincuentona que se hizo pasar en el chat por un adolescente de 16, para seducir a la niña. Los hechos ocurrieron en la ciudad de O’Fallon, en el Estado de Missouri.

Lori, quien había puesto en su perfil una foto de un apuesto muchacho, dijo llamarse Josh Evans. Con esa mentira se convirtió en la obsesión de Megan. Después de cuatro semanas de horas y horas de chat diurno y sobre todo nocturno y furtivo, el supuesto joven cortó la relación con un lapidario mensaje: “He descubierto que en realidad eres una gorda y prostituta, no quiero seguir hablando contigo… el mundo sería un mejor lugar sin ti”. Tras ese mensaje cibernético Megan se suicidó.

Sus padres horrorizados encontraron a la chica colgando del techo. En la pantalla de la computadora leyeron el texto fatal. No fue difícil para los investigadores dar con la responsable del acoso. Todo se trataba de una venganza. Lori Drew era la madre de una adolescente con la que Megan había tenido una pelea verbal en la escuela. En 2008 un tribunal declaró culpable a Lori Drew y la condenó a varios años en la cárcel.

Otra mujer invirtió todos sus ahorros para viajar desde París a una ciudad de Canadá, para visitar por sorpresa a su amante, un supuesto joven, guapo y bronceado ejecutivo de una aseguradora, que resultó en verdad ser un regordete y calvo señor con una esposa y cuatro robustos hijos. La francesa regresó a su país para ser tratada por especialistas en depresión. Un señor mexicano perdió a quien había sido su esposa durante 15 años, cuando ésta decidió fugarse con un antiguo compañero que la había pretendido sin éxito en los tiempos de la secundaria.

Leyendo sobre las pasiones virtuales, recordé los tiempos cuando para conquistar a una chica había que mirarle a los ojos, las rodillas temblado y el corazón en la garganta, para ejecutar el terrible rito de la declarada. Si había suerte, suerte loca, la chica bajaba los ojos y emitía un discreto sí… nada más. Si no se nos venía la tragedia disfrazada con aquella odiosa frase de ” yo a vos te quiero pero como amigo”. Lloraba uno…. pero se continuaba viviendo.

Las redes sociales, para informarse, encontrar amigos y hasta para botar dictadores… pero para pasiones, mucho mejor la piel que la tecla.

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