Archivo por meses: marzo 2010

LA CRUZ NO SE CAYÓ PORQUE JESÚS ESTABA EN ELLA

El apóstol San Juan en su evangelio nos narra en una forma muy vivencial los últimos minutos de la vida de Nuestro Señor Jesús -y quien si no él, quien estaba al pie de la cruz junto con la Santísima Madre María- y señala un detalle que me parece oportuno abordar, ya que estamos cada vez más cerca de celebrar la Pascua del Señor.

En Jn. 19, 25 señala el evangelista que “Junto a la cruz de Jesús se encontraba su madre….”. Ella estaba de pie junto a la cruz, en el latín se ocupa la palabra “stábat”, que significa “estar de pie”. Con la profundidad del pensamiento de San Juan, el stábat de María en el calvario es el de la madre que sufre, pero que lo hace con entrega, con amor, sin odios, sino con la conciencia de que su dolor serviría para algo, para que la salvación del mundo fuera posible.
La Madre María no quiso en ningún momento subirse a la cruz a desenclavar a su hijo, tampoco dijo “clávenme a mí en su lugar”, aunque sabemos que tal era su amor que bien podría hacerlo, pero la Virgen estaba plenamente consciente de que la muerte de Jesús era precisamente para vencer a la muerte eterna, ella tenía puesta su visión en la resurrección.
Un detalle interesante es el que nos presenta el evangelio de San Mateo cuando dice que al momento en que Jesús muere en la cruz se produjo un terremoto, muchos muertos quedaron fuera de sus tumbas y el “velo del templo se rasgó de arriba hacia abajo” (Mt. 27, 51).

Pero a pesar del terremoto, la cruz de Jesús no se cayó, ¿sabes por qué?, porque Jesús estaba en ella y al pie de esa cruz sangrienta se encontraba María, bien agarrada de ella.
María no se resquebrajó ante el horror del deicidio, simple y sencillamente porque se agarró de la cruz con la fuerza de su amor por Jesús, por su fe en la resurrección gloriosa y de seguro porque el mismo Señor la habría preparado en sus muchas conversaciones que juntos tenían de sobremesa o cuando juntos realizaban alguna tarea cotidiana en el hogar.
Tú que estás atravesando penas y dolor, crisis de todo tipo: en la salud, en los negocios, en la fe, en el amor, en fin, en cualquier área de tu vida, imita a la Madre de Jesús y no te sueltes de la cruz y en cualquier situación por la que atravieses, no te caerás si en tu cruz se encuentra Jesús.
Ánimo, te fe…de cualquier problema podrás salir si tan sólo le permites a Jesús estar en tu cruz, desde ella sacrificarse por ti, recordarte que todo dolor, todo sufrimiento Él ya lo sufrió primero. Mi consejo esta semana es: ¡¡¡agárrate fuerte de la cruz!! y verás que el temblor no te hará caer, porque la de Jesús, como ya lo he dicho, no cayó.
¿Qué piensas?

Cuando vuelvas a casa

Hoy, el Señor quiere valerse de este sitio web para que juntos reflexionemos en torno al Evangelio de este cuarto domingo de Cuaresma, tomado de San Lucas 15, 1-3. 11-32.

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos.» Jesús les dijo esta parábola: – «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.” El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.” Se puso en camino adonde estaba su padre; cuando todavia estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y, echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.” Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad en seguida el mejor traje y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.” Y empezaron el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.” Él se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y él replicó a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mi nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.” El padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado.

El personaje más importante y verdaderamente amable de esta parábola es el padre. Respetuoso de la libertad el hijo, aunque advirtiéndole una y muchas veces acerca de los peligros del mundo, y de lo traicionera que es la gente cuando se trata de despojar del dinero a los demás; vendió casas, fincas, ganados y negocios y le entregó todo lo que le correspondía. Respetaba la autonomía de su hijo. Nadie que respete tanto la libertad de sus hijos como nuestro Dios. Nos avisa, nos llama hacia Él, nos hace ver los peligros que corremos si nos alejamos de su amistad, pero deja siempre intacta nuestra libertad.
Si nos salvamos será porque habremos optado por la salvación. A nadie va a llevar a las malas a su Reino Eterno. El que no quiera vivir en la paz de la amistad con el Padre Celestial, irá a cuidar cerdos con Satanás en las angustias de un alma pisoteada por los vicios y pecados.

Hay una verdad que quiero recordarles: El Padre es Dios y el pródigo el pecador.

Analicemos una situación: El hijo empieza a sentirse aburrido de tener que llevar una vida ordenada. Tiene que llegar a casa antes de medianoche. Se le prohibe emborracharse. No puede hablar porquerías ni hacer maldades, ni llevar a casa malas amistades, porque su padre, para su bien, no lo acepta. Y eso le choca. Confunde libertad con libertinaje. Quiere irse lejos donde pueda hacer y decir todo lo que se le antoje. Se imagina que esto lo va a hacer feliz.

Hermanos y hermanas, muchas veces nos vemos envueltos en situaciones similares a la anterior, ya sea con nuestro hijos o en nuestra propia vida. Lo importante de esta reflexión no es el hecho de no caer nunca, sino que aprendamos a reconocer nuestras culpas y volver a nuestro Padre Celestial sabiendo que le hemos ofendido y confiados en que nos perdonará.

Un abrazo en Cristo…

LA EXTRAÑA ACTITUD DE UN SIERVO DE DIOS

Recientemente, la liturgia de la Iglesia nos presentaba en la primera lectura de la santa misa la figura del profeta Jonás y la conversión de Nínive, pero me llama a reflexión al leer todo el relato que el profeta, a pesar de haber recibido el mandato de Dios de ser su portavoz para denunciar el pecado y anunciar la salvación, en un momento determinado prefiere hacer su propia voluntad. Es decir, obedece a su carne y no a su espíritu y decide irse por el camino contrario al que el Señor le señaló. En lugar de ir a Nínive se va hacia el mar (Jonás 1,3).


La actitud que mostró ese profeta no deja de ser extraña para un hombre de Dios, pero cargada de un sinnúmero de signos y actitudes que nos sirven de enseñanza a tí y a mí, para comprender que en primero somos seres humanos, pecadores, limitados y con muchas miserias que debemos vencer.


Pareciera mentira que un hombre de Dios se enojara con Él porque conocía que a pesar de que el creador lo enviaba a anunciar destrucción: “…dentro de cuarenta días, Nínive será destruida” (Jonás 3,4), al final tendría misericordia de ese pueblo y se arrepentiría de la destrucción y la desgracia que se cernía sobre sus pobladores.


Pero quizás Jonás no alcanzó a ver que Dios había trazado su plan, es decir, con el anuncio de la destrucción, el Señor esperaba, y así ocurrió. El pueblo, desde su rey hasta el último ciudadano con sus animales incluidos, hizo penitencia, ayuno, se vistieron de sayal, se cubrieron de ceniza. En otras palabras, hicieron una “cuaresma” puesto que esos ejercicios espirituales duraron justamente 40 días para finalmente convertirse de sus pecados. Fue entonces cuando la escritura dice que “al ver Dios lo que hacían y cómo se habían arrepentido de su mala conducta, se arrepintió él también y no los castigó como los había amenazado” (Jon. 3,14).
Jonás sabía que Dios los perdonaría y entonces, ¿cómo quedaría su imagen de proclamador de la palabra?, pensaba que los ninivitas se podrían burlar de él y quedar como un escandaloso porque al final Dios no permitiría la destrucción.


¿Era coherente esa actitud?, no sería mejor haberse alegrado porque iba a ser instrumento para alcanzar para otros la misericordia de Dios en lugar del castigo?


Muchas veces, nosotros somos así cuando conocemos a alguien que vive lejos de Dios y nosotros nos molestamos cuando vemos que esos pecadores se acercan a la Iglesia, pensamos que ellos no merecen estar allí, que por sus pecados no deberían merecer el perdón de Dios.


Dios quiere que seamos obedientes a su voz, que dejemos la autosuficiencia, la irreligiosidad, la soberbia de creernos más que los demás, que obedezcamos por las buenas y no por las malas, ya que Jonás tuvo que hacerlo por las malas; no queramos “corregirle la plana a Dios”, El sabe cómo lleva sus cosas.

Si Él en esta cuaresma te está pidiendo que le entregues algo, alguna mala costumbre, algún pecado público, o algunos pecados ocultos que nos avergüenzan ante los demás, sé obediente a su llamado, te sentirás mejor cuando dejes todo eso que te aparta de Él.


Ojalá no tengas que arrepentirte de esos pecados cuando estés en el hospital o en una cárcel, o en la soledad, el abandono o peor aún cuando ya estés muerto y desde allí ya no podrás ser vomitado como lo fue Jonás, quien sólo así entendió que la obediencia nos acerca a Dios.


¿Qué opinas al respecto?, espero tus comentarios.

Disfrazados de ángeles

Hermanos y hermanas, ya estamos en la tercera semana del tiempo de Cuaresma. Como en cada ocasión, deseo aportar palabras que sean luz para tus pasos. Hoy como todos los viernes, comparto contigo una reflexión del evangelio de este domingo 07 de marzo, tomado de San Lucas 13, 1-9.

Leamos:

Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los Galileos cuya sangre vertió Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían.
Los Galileos eran gente fogosa que fácilmente se levantaban en revolución contra los extranjeros gobernantes romanos. Y Pilatos hizo algunas represiones especialmente violentas. Una de ellas consistió en vestir a los soldados romanos de paisanos y mezclarlos entre la multitud que iba a ofrecer sacrificios, y apenas empezaron a gritar los israelitas contra el gobierno, los soldados sacaron de debajo de sus mantos sus espadas y garrotes e hicieron una notable mortandad. De un hecho como este puede estar hablando esta frase del evangelio.
Jesús les contestó: -¿Piensan que esos galileos eran más pecadores que los demás porque acabaron así? Les digo que no. Y si no se convierten, todos pereceran lo mismo.
Jesús anuncia al pueblo judío que si no se convierte, les va a suceder que perecerán como estos pobres galileos, Y así sucedió el año 70: Vinieron los romanos con Tito y destruyeron a Jerusalén y pereció en gran número el pueblo de Israel.
Queridos hermanos, convertirse es dar una vuelta y dirigirse hacia el lado contrario a donde nos estábamos dirigiendo. Aunque cueste hay que hacer una profunda reflexión sobre nuestra vida.
A continuación, te proveo tres sencillos pasos para que examines tu vida y veas cómo retomar el camino del Señor.
Primero: Ver lo malo que hemos hecho, pensado o hablado, o el bien que pudimos hacer y no quisimos hacer. Es una radiografía de nuestra alma y de nuestra vida.
Si pudiéramos ver ahorita la radiografía de nuestra vida y de nuestra alma, quizás hasta nos desmayaríamos de horror al ver semejante monstruo tan repugnante. Examinarse es verse como se es en realidad, sin máscaras ni disfraces. Cuando éramos niños teníamos rostro de ángel y nos gustaba ponernos máscara de demonios. Ahora que somos mayores tenemos una vida y un alma de demonios y nos encanta disfrazarnos de ángeles. Y eso es fatal. Porque si no reconocemos el mal que hemos hecho, nos puede suceder como al que empieza a sufrir de tuberculosis o de Sida, que como no siente dolores cree que se halla bien de salud y no se hace tratamientos para mejorar, pero cuando se da cuenta de la gravedad de su mal, ya este es irremediable. Hay que tratar de conocer qué males tenemos en nuestra alma y no tratar de ponerles tapujos de excusas sino analizarnos en toda su crudeza, sin falsas compasiones. Ese es el primer paso: reconocer lo mal que hemos obrado mal.
El segundo paso para la conversión es sentir tristeza y disgusto de lo mal que hemos obrado. No es una rabia porque no nos han resultado bien nuestros planes como sucedió a Caín y judas. Eso sería remordimiento (remorder-morder dos veces). Esa amargura no lleva al cambio de vida sino a la desesperación. Es una tristeza suave pero profunda, una de esas tristezas de las cuales habla el Libro del Eclesiástico cuando dice: «Hay una tristeza que lleva al mal y al desaliento, pero hay otra tristeza que lleva al bien y a la conversión. Y esta tristeza es la que sentimos cuando nos damos cuenta de que hemos disgustado a Dios». Ahora lloramos como Magdalena, y después Jesús Resucitado nos llenará de consuelo como lo hizo con ella. Ahora nos echamos a llorar y suspirar como Pedro después de las negaciones, y después Jesús nos demostrará como a su apóstol que nos devuelve toda su confianza. Queridos hermanos: ¿Qué tan grande es la tristeza que sientes por haber ofendido al Señor? ¿De veras sientes disgusto por haberlo ofendido? ¿Hay que pedir al Señor el don de la verdadera contrición? Es un regalo que venia del cielo y hay que pedirlo frecuentemente. Los santos sentían arrepentimiento de sus pecados todos los días de su vida.
El tercer paso es un propósito firme: voy a cambiar. No puedo seguir así. «Me levantaré e iré a mi Padre».
Narra San Juan Bosco que en una visión oyó este mensaje: «Lo que más derrota a los enemigos del alma es hacer firmes propósitos de enmienda y esforzarse por cumplirlos. Darle importancia a cumplir los propósitos que se hacen cuando uno se confiesa o cuando hace examen de conciencia».
Y de una santa muy antigua se narra que en una visión nocturna vio el infierno lleno de gentes que sí se confesaban y sí examinaban su conciencia, pero no hacían propósito de enmienda o no se esforzaban por cumplirlos.

Que la paz de Cristo reine en tu corazón. Espero tus comentarios.
Att:
Padre Martín.