Archivo por meses: febrero 2010

No dejes que el pecado te coma el alma

Para iniciar, quiero hacer una pregunta: ¿Cuántas veces nos hemos sentido mal por nuestros  pecados? ¿Qué tan fuerte es nuestro dolor por las acciones que cometemos a diario?                  

Conocemos las normas y entendemos su sentido, pero a veces preferimos el  capricho, decidimos vivir a nuestro estilo de vida.  Sabemos que existe un castigo para la injusticia, pero no faltan momentos en los que creemos que podemos evitar de algún modo las penas que merecen nuestras faltas.

Ahora bien, creemos que Dios lo ve todo, pero ante un dinero fácil o un placer prohibido escogemos el mal camino y arriesgamos el futuro eterno. Queremos, incluso, ser honestos, justos, buenos, pero el mal nos aturde de mil maneras y con facilidad dejamos de ayudar a un amigo para disfrutar de un “plato de egocentrismos” o de tantos gustos que nos ofrece el mundo en el que vivimos.

Hay ciertas preguntas que nuestro interior nos dicta: ¿Por qué somos tan débiles? ¿Por qué no ponemos en práctica ideales buenos? ¿Por qué dejamos que el pecado carcoma nuestras vidas? ¿Por qué nos encerramos en pensamientos egoístas, en rencores destructivos, en avaricias que empobrecen nuestras almas? Para ello, hace falta una fuerza enorme para vencer el peso del pecado, la energía de las malas costumbres, la corriente de un mundo desquiciado, el empuje de las pasiones desatadas.

Así es, esa fuerza sólo puede llegar desde una presencia superior, de una mano divina, de un amor que no tenga miedo a mis miserias, de una Misericordia que pueda lavar mis faltas.

Sabes algo, sólo la gracia vence al pecado. Sí: sólo Dios nos permite romper contra la nube de mal que ciega los corazones de los hombres. Porque Dios es omnipotente y bueno, porque es Padre, porque no puede olvidar que somos hijos suyos, débiles y pobres, y por eso muy necesitados de su gracia.

Para resumir podemos mencionar: si recibimos a Dios, si le dejamos tocar nuestras almas y limpiarlas con el sacramento de la Penitencia, si lo acogemos presente y vivo en la Iglesia, si lo recibimos en la Eucaristía, si entramos en su misterio desde la Sagrada Escritura, recibiremos ese empuje definitivo que tanto necesitamos en el camino de la vida.

Hay que tener en cuenta que  no faltarán momentos de fragilidad, en los que no seremos invulnerables ante el pecado. Pero al menos, debemos estar concientes de que habremos dado ese paso decisivo que separa al mediocre del cristiano verdadero. Seremos parte de aquellos esforzados que luchan, en serio, por entrar en el Reino de los cielos.

¿A DÓNDE ESTÁ TU HERMANO?

En nuestro querido país, desgraciadamente nos hemos acostumbrado a escuchar sólo malas noticias. La violencia que campea en nuestra nación ha llegado a niveles tales que escuchar que se cometen masacres, desmembramientos, violaciones a veces contra niños y niñas ya casi no nos asombra, no nos cuestiona, no nos interpela ni conmueve, ¡ya casi ni nos importa!.

Irónicamente, somos el único país en el mundo que lleva un nombre cristianizado: El Salvador, lo que equivaldría a decir que somos el país de Jesús de Nazareth, o sea que de entrada habla de la inmensa fe en Dios que tenemos los salvadoreños (as), pero que lamentablemente no estamos dando testimonio de esa devoción, pues de acuerdo con las autoridades, diariamente son asesinadas en promedio 13 personas y cada año supera en cifras al anterior en los fríos pero alarmantes números de muertes violentas. Ya la palabra de Dios dibuja nuestra sociedad actual cuando al referirse a las causas del diluvio universal, dice “la maldad del hombre era grande” (Gen. 6,5).

Hace miles de años, al relatarnos la biblia el primer asesinato de la historia humana, vemos la actitud de Caín cuando Yavé Dios le cuestiona sobre el paradero de su hermano Abel. El Creador le pregunta “¿Dónde está tu hermano?”, el primer homicida y también primer fratricida contesta con desprecio y desinterés: “No lo sé…¿soy acaso el guardián de mi hermano?” (Gen. 4,9).

Esa misma actitud de desinterés adoptamos cuando los medios informativos nos muestran las crudas imágenes de la violencia y cada persona fallecida se convierte para nuestra sociedad en un número o estadística más.

Qué pasaría si Dios se nos presentara hoy y de repente nos preguntara: “¿dónde está tu hermano?”, de seguro le contestaríamos “no tengo hermanos” o esas personas que delinquen o asesinan “no son mis hermanos”, son “animales” y de seguro muchos pensamos que a cada muerte debe, necesariamente que seguirle otra muerte, a imitación de la ya caduca ley del talión: “Ojo por ojo y diente por diente”, la cual Cristo Jesús vino a abolir con la nueva Ley del Amor: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.

Nuestra sociedad, estimados hermanos y amigos, sólo cambiará con esta nueva ley del amor; El Salvador dejará de ser el poco feliz mote de “uno de los países más violentos del planeta” si tan sólo nosotros los salvadoreños tomáramos esa conciencia de que debemos velar por nuestro hermano, por nuestra sociedad, si abandonáramos el individualismo destructivo que no sigue empujando hacia el despeñadero y la cambiáramos por la solidaridad.   En todos nosotros está la solución….

¿Qué opinas al respecto?, espero tus comentarios.

Nuestra sociedad, “fruto” del pecado

Mencionar La Campanera, El Centro Histórico de San  Salvador, La Terminal de Occidente y todo el transporte público de nuestro país es sinónimo de asaltos, asesinatos y estrés. En otras palabras, un caos total, un verdadero dolor de cabeza…

En las calles se escuchan mil y un comentarios. Que el Gobierno no hace lo que tiene que hacer, que la Policía es muy floja, que no hay trabajo, que Dios., que aquí, que haya… En fin, fulguran todos los posibles culpables de la actual crisis social que vivimos.

Pero, no nos hemos puesto a pensar que los responsables de estar como estamos somos todos. Sí. Los responsables somos nosotros por sacar a Dios de nuestras vidas. Le hemos dejado de lado en todos nuestros escenarios: Educación, salud, seguridad, economía, familia, círculo de amigos, trabajo, etc.

Parece que hemos olvidado lo que aprendimos en nuestra infancia: Si Dios no construye la casa, en vano se cansan los albañiles. Es decir que por muchos planes que hagamos, si no tenemos a Dios como centro de nuestra vida, si no le apostamos a una verdadera evangelización del hombre y la mujer, no seremos capaces de salir de la “crisis”.

Quiero recordarte una gran verdad escrita en la Biblia, en el capítulo 18 del Génesis, “Dios reveló a Abraham que iba a destruir Sodoma, porque su pecado era muy grave”. Me atrevería a decir que no hay mucha diferencia entre esa arcaica y pecadora sociedad y la nuestra. Al igual que ellos nosotros nos olvidamos de Dios, buscamos placer y hacemos el mal. Si no volvemos nuestro corazón al Redentor, no seremos destruidos por azufre y fuego, sino por  violencia y falta de amor a Dios, por mencionar algunos factores.

Hoy, propongo un nuevo plan para salir de la “crisis”: La evangelización como eje transversal de nuestras vidas. Les aseguro que no existe ningún auténtico cristiano que se atreva a robar, matar, extorsionar o atentar contra el bienestar de sus connacionales. Les subrayo auténtico cristiano porque existen muchos que dicen llamarse cristianos y hacen lo que sea por su bienestar personal, sin importar a quien afectan.


¿Qué opinas al respecto?

No destruyamos nuestra casa

 

En esta ocasión, quiero iniciar agradeciéndote por visitar este sitio y compartir tus comentarios.

Ahora bien, a la luz del contexto actual de tanta violencia, injusticia, pobreza y sobre todo la separación de los miembros de nuestra iglesia, quiero exhortarte a que nos unamos como parte de un mismo cuerpo que somos. Es necesario que en lugar de criticarnos los unos a los otros y de dividir nuestros templos y nuestro trabajo pastoral, busquemos alternativas que nos unan. Oremos por la conversión de tantos hermanos que se alejan y por qué no mencionarlo, por algunos líderes que son presa del enemigo. Querido lector, deseo hacer especial énfasis en que el objetivo de este blog es invitarte a que no lotifiquemos nuestra iglesia.

A la luz de la Palabra, el evangelio de S. Juan nos transmite, como un ardiente deseo de Jesús, la unidad de sus discípulos: «Padre Santo, guarda en tu nombre a estos que me has encomendado, para que sean uno como nosotros» (Jn 17,11). Según este deseo, el misterio de Dios uno y trino ha de ser principio y enunciado de la Iglesia en su estado original.

La Iglesia es, ante todo, un misterio. Un gran misterio, pero con una estructura sacramental. Un instrumento de salvación instituido por Cristo para continuar su misión en la tierra. La Iglesia es el lugar donde el Espíritu une a sus fieles en un solo cuerpo. La falta de unidad falsea el signo y obstaculiza la evangelización. Es por ello que es nuestro deber el trabajar por la unión de nuestra iglesia como si se tratara de nuestra propia casa. No me dejarás mentir que cuando algo va mal en el hogar todos los miembros se preocupan por resolver la situación que les separa.

En este ambiente, el papa actual, Benedicto XVI, también se pregunta por el significado de esa unidad: ¿Qué significa restablecer la unidad de todos los cristianos? Todos sabemos que existen numerosos modelos de unidad y sabemos también que la Iglesia católica pretende lograr la plena unidad visible de todos los discípulos de Jesucristo. Esa plenitud en la que todos y todas trabajemos por el mismo fin: La gloria eterna.

Actualmente se están realizando múltiples esfuerzos por buscar esa unidad. Por  ejemplo, hay muchas parroquias que están realizando jornadas de oración por la recuperación de esa unión tan anhelada. Te invito nuevamente a que cada día eleves una pequeña plegaria, rogando a nuestro Señor envíe su Santo Espíritu a renovarnos y a transformarnos en su amor.

 

Atentamente:

Padre Martín.

 

Espero tus comentarios…