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ROMERO y OBAMA

ROMERO Y OBAMA

El Salvador

El viaje del presidente Obama a El Salvador significa mucho para el pueblo salvadoreño y puede ayudar a cerrar algunas heridas de la Guerra Civil.

El presidente Barack Obama está en El Salvador hasta el día de hoy enn reuniones oficiales y visitando la tumba de Monseñor Romero, que fue asesinado hace 31 años.

El Papa debería canonizar a Monseñor Oscar Arnulfo Romero, de El Salvador, y el presidente Barack Obama debería apoyar esa iniciativa.

El viaje del presidente Obama despertó un gran entusiasmo en el pueblo de El Salvador. Además, es un giro de 180 grados con respecto a la política exterior de Estados Unidos, ya que está dispuesto a visitar la tumba del religioso que fue asesinado hace tres décadas por escuadrones de la muerte salvadoreños vinculados con el ejército de ese país. Romero entregó su vida defendiendo los derechos de los pobres y haciendo frente a la brutalidad de los poderosos.

Él fue asesinado el 24 de marzo de 1980. El día anterior había pedido públicamente al ejército salvadoreño y a la Guardia Nacional que dejaran de asesinar a sus propios hermanos y hermanas. Después de su homicidio se siguió derramando sangre, ya que más de 80,000 salvadoreños fueron asesinados -y decenas de miles fueron torturados- durante los siguientes 12 años de guerra civil. Cientos de miles fueron obligados a huir del país y venir a Estados Unidos.

La mayoría de las muertes ocurrieron en manos del ejército salvadoreño y fuerzas paramilitares, que recibían entonces apoyo del gobierno de Estados Unidos. Por eso es muy importante el viaje del presidente Obama a El Salvador, especialmente porque el mandatario estadounidense Obama estaba interesado en la política en América Central cuando era estudiante en Occidental College, de Los Ángeles. Allí se mostró particularmente interesado en el asesinato del arzobispo Romero y la violencia que estaba surgiendo en 1980.

De todas maneras, los ciudadanos estadounidenses pueden preguntarse quién es el arzobispo Romero. Durante muchos años, Romero brindó servicios a las familias ricas de El Salvador. Pareció esconderse de las crueles injusticias que estaban sucediendo en su país.

Pero tuvo una experiencia que cambió su vida cuando visitó un poblado pobre conocido como «Los Naranjos». Allí se dio cuenta de que los niños se morían de hambre y que los campesinos eran básicamente esclavos obligados a trabajar la tierra. Vio que sufrían abuso y maltrato. Comprendió que no podían hablar ni denunciar las injusticias. Si lo hacían, los esperaban la tortura, golpizas o la muerte.

Otro momento decisivo para Romero sucedió en 1977, cuando su amigo y colega sacerdote, Rutilio Grande, fue asesinado a sangre fría.

Y así fue que comenzó a hablar por los pobres y los perseguidos. Y cuando los escuadrones de la muerte salvadoreños asesinaron brutalmente a los defensores de los trabajadores, a quienes organizaban a los campesinos, a quienes trabajaban por los derechos humanos y a líderes religiosos, Romero denunció esos horrores en tiempos difíciles.

«Yo quisiera hacer un llamamiento, de manera especial, a los hombres del ejército. Y en concreto, a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles», dijo en su último sermón. «Hermanos, son de nuestro mismo pueblo. Matan a sus mismos hermanos campesinos. Y ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice: ‘No matar’. … Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión».

Treinta y un años han pasado desde que Romero fue asesinado, pero su espíritu y su legado siguen vivos.

Él tuvo que soportar muchas acusaciones y difamaciones. No era un arzobispo comunista, como fue tildado falsamente. En el fondo, era un verdadero hombre de Dios.

Millones de salvadoreños honran a Romero como héroe nacional. Por eso la visita del presidente Obama a su tumba es tan importante y puede ayudar a cerrar esas heridas.

El actual arzobispo de San Salvador, José Luis Escobar Alas, anunció el año pasado que había escrito a Roma para pedir que Romero fuera canonizado «lo más pronto posible» y que el Papa lo declarara «San Romero de las Américas». El arzobispo Romero no murió en vano. Mantengamos vivo su legado apoyando los esfuerzos para que sea declarado santo.

El presidente Obama debe apoyar esta medida y también escribir una carta oficial instando al Papa a que declare santo al arzobispo Romero.

Es lo menos que merece.

Randy Jurado Ertll es autor del libro «Hope in Times of Darkness: A Salvadoran American Experience» www.randyjuradoertll.com