Si no estás pagando por algo, tú no eres el cliente; eres el producto que se está vendiendo

Con distintos matices y versiones, la frase que da el título a esta entrada, acuñada por Andrew Lewis en el sitio web MetaFilter, ha sido repetida y publicada en diversos formatos, y se conoce ya desde hace algún tiempo, planteando en forma sintética una realidad que nos acompaña a los usuarios de Internet y que forma parte de la nueva dinámica económica y social mundial.

La afirmación contenida en la máxima debe ser asumida dentro del contexto de la Internet que vivimos y usamos, en la que abundan los ofrecimientos gratuitos para suscribirse a algún servicio; para descargar sin costo libros, gráficos, fotos, música, películas, software, planos, vídeos; para cargar y presentar nuestra producción literaria, fotográfica o artística libre de cuotas o tarifas; para realizar copias de nuestros archivos, presentaciones y documentos sin pagar un centavo; y para realizar una serie de actividades y funciones, todas libres de costo.

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La tradición de proveer servicios y productos en forma generosa y solidaria está en la génesis misma de Internet. Recordemos que millones de líneas de código, en programas informáticos que hacen miles de tareas, pequeñas y grandes, y que nos permiten hoy en día realizar una gran cantidad de actividades, han sido donadas por miles de programadores y diseñadores alrededor del mundo, con el único propósito de contribuir a hacer mejor las cosas.

Bajo esa cultura de gratuidad, nativa de Internet desde sus primeros días, no ha sido extraño que recibiéramos servicios de cuentas de correo, navegadores y otras aplicaciones en forma gratuita y, al menos aparentemente, sin compromisos de ningún tipo.

La burbuja “Dot com” y su evolución

Fueron muchas las empresas que durante el período que se conoció como la burbuja “Dot com”, cuando Internet comenzó a masificarse, pensaron que esa proliferación de un servicio como la conectividad podría abrir las puertas a nuevos negocios y a la generación de riqueza individual y empresarial.

El problema en ese entonces es que los modelos de negocio planteados se basaban casi exclusivamente en la venta de publicidad que acompañaba los portales de los servicios gratuitos, lo que no era atractivo ni efectivo para los usuarios. Por esa razón, la mayoría de esos negocios no prosperaron, y más bien quebraron rápidamente.

Google y Amazon fueron de los primeros servicios que proveyeron su servicio original de búsqueda en forma gratuita, y aunque lograron obtener ganancias a partir de la publicidad, lo hicieron sobre todo a partir de un modelo de negocios innovador, que contaba como su activo más importante a la información de los millones de usuarios del buscador o la tienda le dejan sin ningún costo, sin necesidad de preguntarla directamente y sin un requerimiento de permiso explícito y claro por parte del usuario, aparte de la letra pequeña en el acuerdo que todos aceptamos al suscribir estos servicios.

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El premio que los usuarios recibimos a cambio de usar esos servicios gratuitos y proveer casi sin saberlo muchas piezas de información personal sobre nuestros gustos, preferencias, simpatías, hábitos y necesidades, es una personalización de nuestros recorridos en la web. Si consultamos en Google sobre un tema particular, es posible que en la próxima visita a Amazon nos ofrezcan, como por arte de magia, un libro o una película sobre el tema, y que veamos esas imágenes también en Facebook.

La personalización posible es tal que aun los resultados de una búsqueda similar en la mayoría de buscadores en Internet serán diferentes para cada usuario, basado en su historia personal anterior en la web.

Somos el producto a la venta

Aun así, esa es apenas una de las consecuencias que el alto volumen de información personal colectada a partir de cada uno de nuestros “clics” y decisiones en la web. El principal producto que es sujeto de comercialización entre los grandes proveedores de servicios, contenido y productos son los datos personales de cada uno de los millones de usuarios de las redes sociales, buscadores y sitios de comercio electrónico en el mundo.

No estamos hablando de las clásicas piezas de información personal como dirección, fecha de nacimiento, religión, salud, etc., sino a hechos como el tiempo invertido en un sitio web, fotografías subidas, amigos seleccionados, artículos y blogs leídos, orientaciones políticas, sexuales, religiosas, de las personas que aceptamos como amigos, etc.

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Lo que los analistas afirman entonces es que esa personalización también sirve al propósito de ofrecer mercancía y contenido con más posibilidades de que sea consumido por cada uno de nosotros, y es esa colección inmensa de información el producto del que formamos parte, y que se comercializa entre los grandes proveedores de contenido de Internet.

No hay almuerzo gratis, y los servicios que usamos en Internet en forma gratuita están obteniendo de cada uno de nosotros información sobre hábitos, gustos y costumbres, la que se vuelve el atractivo producto comercializado entre grandes empresas que saben cómo monetizarlo para su provecho. Ahora ya lo sabemos, y podemos comprender cómo la personalización extrema que experimentamos en la actualidad en la web es también, tras bambalinas, el precio que pagamos y que nos convierte en el producto a la venta.

 

 

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