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¿Qué tienen que ver el Renacimiento, la imprenta e Internet?

La humanidad vuelve a ver hacia la época conocida como el Renacimiento y, con mucha razón, la relaciona con algunos de los avances, hechos y personas más atractivos de la evolución humana en términos del dominio del conocimiento.

Algunos historiadores colocan esta era comenzando en el siglo XIV, y algunos la hacen llegar incluso hasta el siglo XVI. En general, se trata de un momento fruto de la difusión de las ideas del humanismo, que determinaron una nueva concepción del hombre y del mundo. El término «Renacimiento» se utilizó reivindicando ciertos elementos de la cultura clásica griega y romana, y se aplicó originariamente como una vuelta a los valores de la cultura grecolatina y a la contemplación libre de la naturaleza tras siglos de predominio de un tipo de mentalidad más rígida y dogmática establecida en la Europa medieval.

El término «hombre del Renacimiento» fue registrado por primera vez en inglés escrito a principios del siglo XX.​ Leonardo da Vinci ha sido descrito a menudo como el arquetipo del hombre renacentista, un hombre de «curiosidad insaciable» y de «imaginación febril inventiva». Se trata, en pocas palabras, de una persona “ideal”, que conoce con profundidad todas, o varias, disciplinas del saber.

El Renacimiento, la imprenta, la peste e Internet

Además de Da Vinci, algunos de los nombres mencionados también como hombres del Renacimiento son Petrarca, Bocaccio, Shakespeare, Cervantes y Bacon. Cada uno tiene grandes méritos, al haber cambiado, evolucionado, creado y contribuido a la difusión de nuevas formas de expresión, artística o vernácula.

En la misma época, Gutenberg ideó cuatro dispositivos básicos que contribuyeron a la impresión en papel del conocimiento: 1- Un molde para forjar tipos precisos y en cantidad, 2- Una aleación de plomo, aluminio y antimonio con el que se hacían los tipos de letras, 3- La imprenta de presión, 4- Una tinta para imprimir con base en aceite.

La Peste Negra también sucedió en forma contemporánea, y entre otros terribles efectos que la gran cantidad de muertes dejó en Europa, mucha ropa usada quedó disponible para fabricar papel, lo que abarató mucho el precio de los recién lanzados libros. Así pudo el conocimiento documentado hasta el momento ser difundido a una cantidad mayor de personas.

Cinco siglos después, con la creación y propagación de Internet, y sus sucesivos desarrollos tecnológicos, una inmensa vastedad del conocimiento documentado acumulado de la humanidad se encuentra a nuestra disposición todo el tiempo, con una facilidad nunca antes vista.

Extendiendo el concepto, si bien es imposible que cualquier persona se convierta en un “hombre del Renacimiento”, dado que no es factible que alguien conozca en detalle acerca de todas las disciplinas, sí es verdad que muchos contamos con un “dispositivo del Renacimiento”, siendo éste Internet y sus muchas formas de ser accedido.

En ese ambiente, ya no se necesita el papel, y el conocimiento de prácticamente todas las disciplinas del saber y el conocimiento, se encuentran accesibles en cualquier lugar, con un tiempo de respuesta muy pequeño, y en una variedad de formas y medios. Internet nos ha acercado al ideal del Renacimiento. Por supuesto, depende de cada uno el provecho o la intención con los que utilice estas posibilidades.

El conocimiento como un bien catalizador y transferible

La construcción, registro, codificación, almacenamiento, distribución, aprovechamiento y vuelta a la construcción, del conocimiento, ha sido en la historia de la humanidad la razón y forma en que ha logrado ir mejorando sus niveles y estilos de vida y trabajo.

Históricamente, el progreso real de la humanidad no comenzó sino hasta que las formas, aunque fueran rudimentarias, de almacenamiento y transmisión del conocimiento, se crearon, al concebir los códigos de símbolos y los medios para registrarlos, de manera que otras personas pudieran decodificarlos en otro tiempo o lugar. Es decir, el surgimiento de la escritura, en sus diversas variantes

La transmisión oral no era suficiente, tanto porque usando este método el mensaje puede no ser fielmente generado ni recibido, así como porque si el emisor fallecía antes de poder transmitirlo, ese conocimiento se perdía por completo.

Almacenamiento, orden y recuperación

Igualmente importante fue concebir, descubrir o crear medios que pudieran soportar el paso del tiempo sin perder la exactitud del contenido, de forma que las piezas del conocimiento que se iban acumulando pudieran ser almacenadas adecuadamente, para que las siguientes generaciones no tuvieran que repetir las experiencias que habían servido para obtener dicho conocimiento: plantas medicinales, hierbas venenosas, animales agresivos o domesticables, etc.

El conocimiento obtenido por los ancestros y predecesores, servía en buena medida, tanto para sobrevivir y llevar una mejor vida en cada época de la humanidad, así como para construir nuevo conocimiento en base a lo que ya estaba bajo control. Las nuevas adiciones, cambios, y matices a lo que ya estaba almacenado, así como las nuevas visiones, descubrimientos, experimentos y pruebas se apoyaban en todo lo anterior que ya era accesible.

Además de guardar el conocimiento logrado hasta el momento, pronto resultó obvio que para tener éxito en la búsqueda y aprovechamiento del conocimiento anterior, era crucial contar con algún método de ordenamiento, localización y en algunos casos, alguna codificación o taxonomía que, hasta donde fuera posible, fuese generalizado y utilizado por todos.

Así fueron surgiendo paulatinamente, y por separado, los códigos de escritura, de transmisión y cifrado, así como el método científico, los investigadores y las ciencias como la bibliotecología, la teoría de la información.

Con el advenimiento de la digitalización, la computación y las comunicaciones a nivel mundial, cuyo desarrollo nos ha tocado a algunos vivir de primera mano en nuestra generación, el conocimiento y su insumo fundamental, la información, llegó a nuevas dimensiones, en capacidad de almacenamiento, velocidad de transmisión, codificación de símbolos y cifrado de lo almacenado y transmitido.

La explosión ha sido de tal magnitud, que nos encontramos aún en la fase de sobre exposición, super abundancia, abuso, confusión, confianza en los contenido y disparidad en el acceso y las habilidades personales para obtener los mejores resultados de nuestra relación con el conocimiento. Hace falta aún mucho trabajo para subsanar los nuevos obstáculos que han surgido entre los seres humanos y el conocimiento.

Imaginar el futuro o imaginar el pasado requieren mucha capacidad y talento

De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, algunas acepciones del verbo imaginar incluyen “Representar en la mente la imagen de algo o de alguien”, “Inventar o crear algo”, o “Concebir algo con la fantasía”. Imaginar es una cualidad inherente al ser humano, y es lo que ha permitido a la humanidad las altas dosis de creatividad e ingenio para visualizar nuevas formas, tecnologías y métodos.

La imaginación ha sido ensalzada por muchos visionarios, científicos y artistas, con frases como “El verdadero signo de la inteligencia no es el conocimiento, sino la imaginación”, atribuida a Einstein; “La imaginación es el inicio de la creación. Imaginas lo que deseas”, de George Bernard Shaw; “El mundo real es mucho más pequeño que el de la imaginación”, de Friedrich Nietzsche; entre muchos.

Muchas creaciones, descubrimientos y soluciones a problemas han sido concebidos, según han relatado a posteriori sus autores, en momentos de intensa imaginación y lucidez, a veces incluso en sueños y en estados semiconscientes, gracias al poder de la imaginación.

Visualizar lo que no se ha vivido

Con cierta facilidad y frecuencia, podemos comprender que las personas que logran imaginar un poco del futuro, y son capaces de materializarlo en una fórmula, un enunciado, un objeto diseñado y construido, son los inventores, descubridores y pioneros de los avances tecnológicos, científicos y artísticos que hacen nuestra vida más fácil.

Está claro que no todas las personas que imaginan una parte del futuro tienen éxito, por muchas y variadas razones. También es verdad que varias personas en el mundo pueden imaginar más o menos al mismo tiempo una propuesta específica, y cada vez más, las imaginaciones de uno pueden influir, sugestionar o motivar las de otro.

Si aceptamos que imaginar equivale a visualizar lo que no se ha visto o vivido antes, podemos también pensar que si queremos recordar o estudiar la historia, tendremos que imaginar el pasado, y esa actividad, en muchos casos, no es una tarea sencilla.

Por ejemplo, ¿podemos imaginar nuestra vida sin teléfonos, sin automóviles o medios mecánicos de transporte, sin dispositivos que preserven nuestros alimentos, o ignorando la forma del planeta tierra, o la posición de los distintos astros?

O aún más, ¿podemos concebir las formas de convivencia cuando no se había creado el lenguaje hablado o escrito? ¿Qué hacían nuestros antepasados ante un fruto o hierba desconocida, ignorando si era tóxico o beneficioso para sanar algún dolor o enfermedad?

Imaginar la historia requiere contar con fuentes creíbles y fidedignas que nos ofrezcan la información real de cómo y en qué secuencia sucedieron los hechos. Imaginar el porvenir demanda apoyarnos en el conocimiento actual y agregar ideas y características deseables y factibles.

En ambos casos, si bien todos estamos facultados para hacerlo, cada uno de estos ejercicios demanda talento y capacidades adecuadas, que podemos desarrollar en forma consciente y sistemática.