De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española, algunas acepciones del verbo imaginar incluyen “Representar en la mente la imagen de algo o de alguien”, “Inventar o crear algo”, o “Concebir algo con la fantasía”. Imaginar es una cualidad inherente al ser humano, y es lo que ha permitido a la humanidad las altas dosis de creatividad e ingenio para visualizar nuevas formas, tecnologías y métodos.
La imaginación ha sido ensalzada por muchos visionarios, científicos y artistas, con frases como “El verdadero signo de la inteligencia no es el conocimiento, sino la imaginación”, atribuida a Einstein; “La imaginación es el inicio de la creación. Imaginas lo que deseas”, de George Bernard Shaw; “El mundo real es mucho más pequeño que el de la imaginación”, de Friedrich Nietzsche; entre muchos.
Muchas creaciones, descubrimientos y soluciones a problemas han sido concebidos, según han relatado a posteriori sus autores, en momentos de intensa imaginación y lucidez, a veces incluso en sueños y en estados semiconscientes, gracias al poder de la imaginación.
Visualizar lo que no se ha vivido
Con cierta facilidad y frecuencia, podemos comprender que las personas que logran imaginar un poco del futuro, y son capaces de materializarlo en una fórmula, un enunciado, un objeto diseñado y construido, son los inventores, descubridores y pioneros de los avances tecnológicos, científicos y artísticos que hacen nuestra vida más fácil.
Está claro que no todas las personas que imaginan una parte del futuro tienen éxito, por muchas y variadas razones. También es verdad que varias personas en el mundo pueden imaginar más o menos al mismo tiempo una propuesta específica, y cada vez más, las imaginaciones de uno pueden influir, sugestionar o motivar las de otro.
Si aceptamos que imaginar equivale a visualizar lo que no se ha visto o vivido antes, podemos también pensar que si queremos recordar o estudiar la historia, tendremos que imaginar el pasado, y esa actividad, en muchos casos, no es una tarea sencilla.
Por ejemplo, ¿podemos imaginar nuestra vida sin teléfonos, sin automóviles o medios mecánicos de transporte, sin dispositivos que preserven nuestros alimentos, o ignorando la forma del planeta tierra, o la posición de los distintos astros?
O aún más, ¿podemos concebir las formas de convivencia cuando no se había creado el lenguaje hablado o escrito? ¿Qué hacían nuestros antepasados ante un fruto o hierba desconocida, ignorando si era tóxico o beneficioso para sanar algún dolor o enfermedad?
Imaginar la historia requiere contar con fuentes creíbles y fidedignas que nos ofrezcan la información real de cómo y en qué secuencia sucedieron los hechos. Imaginar el porvenir demanda apoyarnos en el conocimiento actual y agregar ideas y características deseables y factibles.
En ambos casos, si bien todos estamos facultados para hacerlo, cada uno de estos ejercicios demanda talento y capacidades adecuadas, que podemos desarrollar en forma consciente y sistemática.